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La meta gubernamental no fue la atención a víctimas


Lo que parecía la tarea más complicada ante un desastre de magnitudes como los terremotos del 19 y 20 de septiembre de 1985 –12 mil muertos y derrumbes de miles de edificios y habitaciones– se logró con una estrategia de Estado: el regreso a la normalidad anterior a los movimientos telúricos.

Es decir, la meta gubernamental no fue la atención a víctimas ni la reconstrucción de las zonas afectas, ni la atención real a los damnificados, sino contener el efecto político-electoral de la conflagración. El gobierno de Miguel de la Madrid dirigió todo su arsenal político y de poder a neutralizar a la sociedad que salió a escarbar en los escombros supliendo la incapacidad gubernamental.

Esta fue, en realidad, la verdadera lección de los terremotos de 1985. Y la historia la analiza Adolfo Aguilar Zínser – académico, politólogo, internacionalista, asesor de Fox en la victoria del 2000, consejero de seguridad nacional y embajador en la ONU, fallecido en 2005– en su ensayo El temblor de la república y sus réplicas, publicado en el libro colectivo Aún tiembla. Sociedad política y cambio social: el terremoto del 19 de septiembre de 1985 (1986, editorial Grijalbo), junto con textos de Cesáreo Morales, Raymundo Riva Palacio, Federico Ortiz Quezada, Gustavo Esteva, Carlos Ramírez, Rodolfo F. Peña, entre otros.

Las verdaderas réplicas de aquellos terremotos no fueron otros temblores, sino los efectos telúricos de la sociedad que salió espontánea a organizar el rescate de sobrevivientes pasando por encima de un gobierno paralizado. Mientras la sociedad se preocupaba sólo por los afectados, el gobierno entró en situación de pánico político por la sociedad no controlada y activa al margen del gobierno, del PRI, de sus instituciones y de los miedos sociales al autoritarismo gubernamental. “Para el gobierno mexicano, la tarea de organizar y de informar se ha convertido en sinónimo de contener, manipular, justificar, disculpar y aparentar”. La sociedad solidaria se saltó a las organizaciones del sistema: partidos, congreso, gobiernos locales, organizaciones populares, iglesia, medios, todos ellas piezas invisibles, pero eficaces, del sistema político priista.

El momento de riesgo más importante fue cuando las fuerzas armadas tuvieron que entrar a las labores de rescate y vigilancia, pero se encontraron con una sociedad activa, crítica, reacia a entregar la plaza. El gobierno había sido desbordado y carecía de formas de regresar a la normalidad institucional, jerárquica y autoritaria anterior a los terremotos.

La sociedad se había ganado sus espacios al margen de la institucionalidad priista. Y el temor priista se sustentó en la posibilidad de que esa sociedad destruyera con su activismo progresivo – de emergencia, primero; social, después; político y electoral, enseguida– la estructura de dominación del sistema político priista. Por eso la prioridad oficial no fue la atención a afectados, sino la construcción de una iniciativa de poder vía comisiones, decretos y fondos oficiales que le fueron quitando fragor a los grupos de activistas para recuperar el control político.

La lección de 1985 fue el aviso – primero– de que gobierno y sociedad estaban desorganizados y –después– compitiendo entre sí. Y la lucha no fue por ayudar a la sociedad sino por anular uno a la otra. La victoria de la estrategia de 1985 fue del sistema, porque el PRI ganó las elecciones de 1988 y 1994 y perdió en 2000 no por el terremoto, sino por la fractura en el PRI.

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