Yo confieso

 

¡Yo confieso!, con un sentido positivo y no sólo como un signo de prepotencia oculta


Toda la vida me la pasé admirando a Emilio Zola por su “Yo acuso”, carta abierta dirigida al entonces presidente de Francia, Félix Faure, en la que defendía al capitán del Ejército francés, Alfred Dreyfus, ante una injusta acusación de traición que se le imputaba.

Toda la vida quise aprender a decir, ¡yo confieso!, con un sentido positivo y no sólo como un signo de prepotencia oculta.

Y es que, este 2016 fue muy diferente, nos marcó a todos, no sólo por la caída de los paradigmas y por nuestra necesidad de vivir en un mundo nuevo que aún desconocemos, sino porque ya no hay ninguna frontera de la violencia y ningún fantasma de la frustración que explique el retraso de los pueblos, puesto que ya no quedan instrumentos útiles de represión.

Hubo un momento en el que me sentí orgulloso cuando el primer mexicano en dólares, Carlos Slim, declaró que Trump no iba a ganar porque “no es lo mismo ser borracho, que cantinero”. Sin embargo, entiendo que ahora se reúna con él, pero no por el pacto bastardo del dinero, sino porque ambos son poderes desconcertados que no saben por dónde empezar el camino.

¿Está bien o está mal que un especulador inmobiliario ganara las elecciones presidenciales en EU? Un personaje que de paso mató al Washington Post, al New York Times y a todos los que hemos soñado con la verdad y con aquella célebre declaración de Thomas Jefferson: “antes que un gobierno sin periódicos, prefiero periódicos sin gobierno”.

Lo que haya hecho la prensa con su libertad es algo que los historiadores descubrirán. Pero mientras tanto, los opinólogos, los que escribimos, los que manchamos papel, tenemos que ser capaces de confesar que fue duro descubrir que ahora cada uno de ustedes con un teléfono inteligente en la mano representa más que todos nosotros juntos, puesto que ya se acabó la pantomima de que sabemos lo que a ustedes les interesa.

Yo confieso que termino este año con la certeza de que la única manera de seguirles sirviendo es mirándolos con mucho cuidado y aprender a respetarlos hasta en sus equivocaciones. Y es que, viendo la cara de Trump, nada ni nadie me quita la idea de que el mejor negocio de su vida fracasó el día que ganó las elecciones.

Su negocio era perfecto como el mejor vendedor del mundo hasta que le tocó irse a la Casa Blanca, porque en el éxito está el fracaso y nunca podrá recuperar la inversión.

A partir de este momento los medios de comunicación tradicionales, los que aún creemos tener algo que le interesará a los demás, debemos hacer un gran examen de conciencia, porque la verdad es que como ustedes han manifestado, no los entendemos, no los comprendemos y lo que es peor, no los respetamos. ¡Perdón!