El Santo y su aportación al cine… y a la mexicanidad

 

Un día como hoy, pero de 1917, nació el héroe mexicano de carne y hueso para el mundo


POR JAVIER PÉREZ PARA LA REVISTA CAMBIO, DE CAPITALMEDIA
Ilustraciones tomadas de Revista Cambio

¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! Ni en una iglesia se gritaba con tanto fervor como en las arenas donde peleaba El Santo, luchador que continúa presente en el imaginario colectivo del mexicano, y como referente de la idiosincrasia nacional en el extranjero.

Lograrlo no fue fácil. Además de que durante casi medio siglo se mantuvo aplicando la-de-a-caballo, desenmascarando rivales, lanzando topes y patadas voladoras arriba de los rings (debutó el 26 de julio de 1942 y se retiró el 12 de septiembre de 1982, aunque luchó bajo otras “identidades” desde 1934), El Santo, como ningún otro superhéroe, saltó con bastante éxito del cuadrilátero a la ficción. Primero en una historieta muy popular publicada por José G. Cruz entre 1951 y 1980, Santo. El Enmascarado de Plata (que contaba con la colaboración del propio luchador, pues fue precursora del fotomontaje), y después en poco más de una cincuentena de filmes hechos entre 1958 y 1980.

Así, sus rivales ya no estaban sólo en el ring: peleaba con marcianos, lobas, vampiras, estranguladores, zombis, extraterrestres, profanadores de tumbas; científicos locos y sus asistentes contrahechos; monstruos terroríficos de cartón, Drácula y murciélagos con hilos, sectas y hasta brujas. El Santo ha sido prácticamente el único héroe de carne y hueso en el mundo. Llenaba arenas y también salas de cine. Las historietas que protagonizaba se vendían por millares en ediciones semanales. Reunía multitudes dondequiera, incluso en el extranjero. Mantuvo resguardada su identidad, que finalmente descubrió en un programa televisivo en cadena nacional pocos días antes de su muerte, ocurrida el 5 de febrero de 1984, con tal celo que acrecentó el mito del superhéroe con el que se le asociaba. Las máscaras, nos enseñó Octavio Paz, satisfacen la propensión mexicana al disimulo y el ocultamiento generando un juego de espejos.

El Hijo del Santo, uno de los diez hijos que Rodolfo Guzmán Huerta, nombre real del luchador, procreó con María de los Ángeles Rodríguez, dice que su máscara de alguna manera se convirtió en símbolo representativo de México. “Tú estás en cualquier lugar del mundo y ves un sombrero de charro y te remite inmediatamente a México; lo mismo pasa con la virgen de Guadalupe, y ves la máscara de El Santo y te lleva a México. Es algo que nos llena de orgullo”.

Si como escribió el investigador español Román Gubern en Máscaras de la ficción, “las ficciones no se imponen al público, sino que se proponen, y su destino es la fecundación o la esterilidad”, la de El Santo fue tan fecunda que se convirtió en leyenda.

Para Naief Yehya, crítico de cine y experto en cultura popular, que El Santo sea ícono de la mexicanidad se debe al enorme alcance que tuvo en el ring y la pantalla, aunque quizá lo más importante “fue la validación internacional que recibió al volverse un símbolo de México, en parte como personaje kitsch, pero también porque irradiaba una frescura provocadora a contracorriente de cualquier héroe de moda en el cine de la segunda mitad del siglo XX, al tiempo en que cumplía con estereotipos y fantasías que otros tienen de nuestro país”.

CÓMICO INVOLUNTARIO

Jorge Ayala Blanco, crítico de cine y decano de los profesores del Centro Universitartio de Estudios Cinematográficos, habla de complicidad entre el espectador y su héroe. “El Santo es un cómico, la gente se ríe con sus películas, nadie se toma en serio esas aventuras. Lo sabía yo porque iba al cine Mariscala a verlas”. De hecho, escribe en el capítulo “Las cabezas cómicas” de su libro La búsqueda del cine mexicano (publicado en 1974), recientemente reeditado por la UNAM en libro electrónico: “Los espectadores sustituyen como sea la escasez de películas cómicas y se burlan, jueces y cómplices, de los mil absurdos técnicos de esas cintas de entretenimiento que responden a sus deseos e intensidades imaginativas como una última profecía”.

El propio Santo lo tenía claro, o eso se infiere de la respuesta que dio a Rubén Sano en una entrevista recogida en el especial que la extinta revista Somos le dedicó en 1999: “Quizá alguna de mis películas en lugar de provocar terror puede causar risa. Pero si se llega a tal punto no es responsabilidad del actor ni del productor, sino del director… Sin embargo, algún personaje pudo haber causado risa, pero el monstruo ¡no soy yo!”.

Diversión a su muy caótica manera, dice Yehya. “Las historias y anécdotas suelen ser despistadas calcas y desenfadados plagios. No es una cinematografía convencional sino una colección delirante de pifias y exabruptos. Es el cine de lo que ‘nos tocó ser’, modesto pero con resonancias formidables. Refleja de manera sorprendente el imaginario de nuestro país, desde la artesanía popular hasta el arte conceptual, pasando por la política y la religión”.

¡SE LE EXTRAÑA!

Me subo a un taxi y de pronto me encuentro platicando con el chofer sobre El Santo. Me dice que no ha habido un personaje como él. Le molesta que ya no pasen tantas películas suyas en la televisión abierta, que por eso los niños ya casi ni saben de él. Mi sobrino de 11 años desmiente su dicho. Una tarde me remonta a mi infancia cuando me pone en un servicio de streaming Las momias de Guanajuato, película en la que El Santo comparte créditos con Mil Máscaras y Blue Demon, otros ídolos de la lucha libre, a quienes ayuda a combatir a la momia Satán. Cuando me habla de las escenas y las películas que ha visto, me doy cuenta de que el cine de luchadores, subgénero fantástico de creación mexicana, sigue vigente gracias a El Santo.

“Consolida un género que fue muy exitoso comercialmente –dice el escritor Ricardo Guzmán Wolffer–. Los cientos de películas de luchadores jamás se habrían hecho sin el impulso y el éxito de los filmes del Santo”.

Mientras aquí los críticos menospreciaban sus películas, en Europa las elogiaban. Santo vs. las mujeres vampiro (1962), por ejemplo, se convirtió en cinta de culto en el Viejo Continente luego de que se exhibiera en el Festival de Cine de San Sebastián y en Francia encontrara una acogida favorable. La revalidación en México, dice El Hijo del Santo, es algo reciente. “El Santo mantuvo la industria del cine yo creo que en dos décadas, lo que fue los años sesenta y setenta. Ya no estaban Pedro Infante ni Tin Tan, y el Santo hizo cine, y los grandes actores de ese tiempo estaban junto a El Santo porque no había dónde”.

Ernesto Diezmartínez, crítico del diario Reforma y miembro de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica, sostiene que El Santo “representa una veta de cine popular mexicano genuinamente exitoso, más allá de su calidad cinematográfica. Y con el éxito no me refiero sólo al dinero –que algo debieron ganar todos los involucrados–, sino a la permanencia en el imaginario popular”.

En ese sentido, Viviana García Besné, quien dirige el archivo fílmico Permanencia Voluntaria, dice que el culto por El Enmascarado de Plata es tal que sus películas se pasaron durante años ininterrumpidamente en cines de segunda y tercera corrida de todo el país. “No sé de otro personaje mexicano que haya estado tanto tiempo en cartelera”.

De hecho, Diezmartínez tiene como uno de sus primeros recuerdos fílmicos “haber visto Santo y Blue Demon contra los monstruos en un cine popular sin techo en un mercadito de Culiacán”. Era una de esas funciones de segunda o tercera corrida. “Desde la crítica, hay que ver el cine que importa. Y el cine del Santo, por su conexión popular, importa. Pero más allá de la justificación culterana o cultista, se pueden ver muchas películas del Santo por puro placer, por el simple hecho de dejarse llevar, por volver a ser un chamaco en un cine piojito a cielo abierto”.

Wolffer reconoce en ellas “cómo el imaginario mexicano ha depositado sus esperanzas en el anonimato del luchador enmascarado, que en lo más inmediato permite la fantasía de que puede ser cualquiera de nosotros ese ídolo popular… que en un sistema político como el mexicano, con grados de impunidad delictiva de hasta 98 %, según la fuente, pueda haber alguien que ‘estará siempre al servicio del bien y la justicia’, como decían en sus películas”.

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