Leyendas sexuales. Fotos íntimas

 

Chicos y grandes gustan del sexting, ese intercambio virtual


Mis tías se escandalizan de que en la marcha del orgullo LGBTI haya “tanto exhibicionismo”, pero adoran publicar en Facebook las fotos de todas y cada una de las reuniones familiares, no importa si se trata de Navidad o del cumpleaños de la prima Chonita.

Se quejan también de que el mundo ha cambiado, de que los muchachos de hoy nada más se la pasan viendo su celular a toda hora. No se dan cuenta de que el concepto de lo privado también  cambia, y de que ahora ellas (y muchas personas en el planeta) consideran que lo único personal son ciertas y pequeñas partes del cuerpo de cada quien.

Para algunas redes sociales, por ejemplo, lo privado son los genitales femeninos y masculinos, y únicamente los pezones femeninos. Quizás también el ano, aunque no sé cuánta gente intente poner fotos de esa parte en Facebook. De ahí en fuera, todo es público.

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En muchos casos, nosotros mismos lanzamos al océano de la Internet toda la información que después podría ser usada en nuestra contra. Es cierto que hay hackers, basta con recordar a todas las celebridades a quienes les hemos conocido hasta los más pequeños rincones porque alguien les robó material triple equis. Pero aquí vamos a hablar más bien de lo que nosotros mismos podemos controlar si tenemos imágenes subidas de tono.

Chicos y grandes gustan del sexting, ese intercambio virtual que primero se refería sólo a los mensajes escritos de contenido sexual, y que ahora se ha extendido a fotografías y videos. Tal como otras actividades eróticas, digamos, presenciales, el sexting involucra un voto de confianza en que el otro o la otra usará las imágenes solamente para su deleite. No creo que nadie en su sano juicio comparta fotos de sus pechos, por ejemplo, y espere que el destinatario las circule por todo el barrio o la oficina.

Existen consejos de todos tipos a fin de evitar tanto la exposición sin consentimiento de un desnudo o video sexual como la posibilidad de ser víctima de una extorsión con esas imágenes. El consejo más básico es: no te tomes fotos o videos sexuales, punto. Sin embargo, hay que reconocer que en el sexo nunca ha funcionado eso de “no lo hagas”.

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Para quienes sí sextean, otros tips se diseminan, por ejemplo, la regla de oro: no incluyas tu cara en la imagen (así, si alguna vez apareciera la foto en la red siempre podrás negarlo todo). Otra pauta que va de la mano es no mostrar marcas que puedan identificarte claramente, como tatuajes o lunares muy peculiares. Tampoco es buena idea que el escenario de tu foto o video sea la sala de tu casa –con las carpetitas que teje tu mamá sobre los sillones– o tu cuarto –con esa foto enmarcada donde salen tú y tu amorcito abrazados de don Vicente Fernández en el palenque aquel.

Algo que yo agregaría, y que quizás sea demasiado pesimista es: asume que te van a traicionar. Es decir, no confíes. O bueno, sí, confía en el momento, comparte el placer sexual con la persona, pero siempre, siempre ten en mente que este amor (o deseo) que ahorita se profesan tú y tu peoresnada puede algún día acabar. Y que las imágenes pueden estar ahí siempre –si las respaldan como es debido. Las promesas de que nadie más va a ver ese material no son sino palabras al viento.

Otra opción es usar apps más seguras, no Facebook, ni WhatsApp. Aplicaciones como Kik o Wire pueden ser una opción.

Creo que es importante tener esto en mente porque en esta época ya no hablamos de fotografías que se rompen y negativos que se queman, sino de archivos digitales que una vez soltados en la red, no hay manera de recuperarlos. Está bien jugar, sin embargo, es mucho mejor conocer las reglas (y las letras chiquitas) del juego en el que estemos metidos.

* Periodista especializada en salud sexual.

@RocioSanchez

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