19-S

 

Toda tragedia tiene un remanente de esperanza


¿Cómo evitar el lugar común, repetido estos días hasta la saciedad, y poner dique a los impertinentes recuerdos de 1985, cuando mi juventud era motor y fui partícipe, desde la SEP, en el rescate de becarios ingleses en el Hotel Principado, mole de 12 pisos reducida si acaso a dos metros de escombro? ¿Cómo evitar la arcada al recordar el olor a muerto en el entonces Parque del Seguro Social, presente desde entonces, cual si tuviera voluntad propia, en cada circunstancia dramática?

¿Qué hacer para apagar el timbre de voz de Magdalena, aquella muchacha del Conalep de avenida Juárez con quien hablé a lo largo del día para organizar una red de comunicación con los demás chicos atrapados en el fondo del inmueble, muertos todos en la réplica de las 21:14 horas de aquel septiembre?

Me sigo refugiando en doña Lina, conserje del edificio de la Comisión Mixta de Higiene quien, atrapada la pierna bajo una columna de soporte, autorizó al médico del Leñero cortársela para salvarse el resto del cuerpo y determinó celebrar su renacimiento desde esa fecha, con un mole supremo al que nunca falté hasta más de 20 años después cuando murió “decentemente”, como quería.

Soy de aquella generación. Cambiamos a México, obligamos a aquel gobierno pasmado a reaccionar, nos supimos héroes, y hoy nos vemos superados, con creces, por los millennials, por los ninis “buenos para nada” revelados de pronto como la certeza de futuro, los dueños del timón. Toda tragedia tiene un remanente de esperanza. En este caso son esos miles de muchachos, capaces de organizarse sin tutores, sin padrinos.

32 años después, a mis 65, ya no muevo escombros, sirvo café y me pliego, feliz, a sus instrucciones. El verbo hacer no tiene pasado, sólo presente y futuro, y ellos lo conjugan perfectamente. Enhorabuena.