Recompensa anticipada y eterna

 

¡Cuán necesario es que los creyentes creamos! Creamos y confiemos en las recompensas prometidas por Cristo en sus bienaventuranzas, las recompensas anticipadas y la Recompensa eterna.


Ver y Creer |

Por: Roberto O’Farrill Corona

Al Sermón de la montaña se le ha considerado como uno de los discursos más revolucionarios de la historia; revolucionario, no porque haya provocado un levantamiento social, sino porque estableció una innovación permanente en la forma de apreciar la conducta humana, en la manera de vivir la vida.

La norma prevaleciente en los tiempos de Jesús había intentado poner límite a la revancha desmedida mediante la conocida ley Ojo por ojo, diente por diente estableciendo que no era justo ir más allá, vengarse en exceso, pero Jesús sí que logró  superar aquella ley con una nueva norma: “Pero yo les digo a los que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan bien a los que los odien, bendigan a los que los maldigan, rueguen por los que los difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que quieran que les hagan los hombres, háganlo ustedes igualmente. Si aman a los que los aman, ¿qué mérito tienen? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacen bien a los que lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? ¡También los pecadores hacen otro tanto!” (Lc 6,26-33). 

De las religiones, el cristianismo es lo más nuevo, y aunque supera los dos mil años de vigencia, hasta ahora no ha habido doctrina alguna que sepa responder de manera tan determinante al problema del odio, pues sabido es que la violencia provoca mayor violencia. Que la humanidad no haya sabido observar esta esencial norma cristiana es resultante de su egoísmo y del orgullo que impide corregir con muestras de fraternidad al que ha decidido ser violento en su vivir.

En contraparte a la doctrina de Jesús, una normativa vigente parece fundamentarse en responderle al mal igualmente con mal, en un respuesta que se ofrece como solución a la maldad, pero solamente en apariencia y de momento, pues a todo mañana le llega su mañana y el futuro promete cosechar lo que se ha sembrado. Por ende, así continúa la enseñanza del Señor: “hagan el bien, y presten sin esperar nada a cambio; y su recompensa será grande, y serán hijos del Altísimo”. Luego, anuncia las recompensas: “Sean compasivos, como su Padre es compasivo. No juzguen y no serán juzgados, no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará” (Lc 6,36-38).

Antes de proclamar esta nueva norma de vida, Jesús había pronunciado aquel discurso tan revolucionario en un momento en el que “toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos. Y él, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: «Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de Dios. Bienaventurados los que tienen hambre ahora, porque serán saciados. Bienaventurados los que lloran ahora, porque reirán. Bienaventurados serán cuando los hombres los odien, cuando los expulsen, los injurien y proscriban su nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, que su recompensa será grande en el cielo” (Lc 6, 19-23).

Quienes han carecido de lo esencial, los que conocen el hambre, aquellos que han experimentado el sufrir, y todos quienes han sido expulsados de sus ambientes, odiados, injuriados y perseguidos, por ser de Cristo, en estas palabras de Jesús fácilmente se encuentran a sí mismos; por ello las comprenden muy bien y las agradecen, porque en ellas hallan consuelo, un consuelo que ninguna otra persona puede conferir, un consuelo que es de Dios.

La recompensa prometida por Cristo se recibirá luego de esta vida existencial, en la vida eterna, aunque también el Señor gusta de anticipar sus recompensas aquí y ahora, como una muestra, una prueba de la recompensa que será plena. Cuando es así, cuando se recibe una evidencia de su divina presencia también se anticipa el gozo por dos razones providenciales: por saber que Él está con nosotros y por saber que vamos bien.

Ese gozo anticipado no podría apoyarse en contemplar la ruina de los persecutores, pues eso se contrapone a la revolución presentada por Jesús en sus bienaventuranzas, tampoco en disponer de la oportunidad de ejercer una venganza. La recompensa anticipada es mejor y es mayor, pues estriba en una enmienda rápida que procede del Cielo, que soluciona la tristeza vivida, el sufrimiento padecido.

¡Cuán necesario es que los creyentes creamos! Creamos y confiemos en las recompensas prometidas por Cristo en sus bienaventuranzas, las recompensas anticipadas y la Recompensa eterna.