Viaje a La Habana

 

Las personas más hermosas del mundo viven en Cuba


Cultos y mochos/ Carlos Rojas Martínez

Pisé La Habana el primero de mayo de 2005; fui allá porque quería estudiar filosofía y/o literatura, amé y amo la tierra de José Lezama Lima, escritor que en su libro Paradiso, casi al final del Capítulo II, menciona al país de las tunas y los nopales: “En México se sintió extraño y removido”. Quizá por eso quiero regresar para conocer Santiago, Holguín, Guanabacoa.

Desde que bajé del avión tuve la sensación de que estaba en un sueño, un vapor onírico envolvía a toda la isla, aunque no falta el paisano que echa todo a perder. En la aduana, una mexicana que estaba adelante de mí había sido detenida porque en sus maletas enormes llevaba cientos de cosméticos que, según ella, regalaría a “los hermanos” cubanos. Nada más falso y “clicheroso”.

En la Plaza de la Revolución celebraban el Día Internacional del Trabajo; miles de personas escuchaban, aguantando ese sol místico y misterioso del caribe, al Comandante Fidel Castro, quien esa tarde estaba acompañado por Hugo Chávez. Seguí de largo hacia Vedado, barrio donde me hospedaría, en el corazón de esta ciudad, que “si no existiera, yo la inventaría”, como señaló alguna vez Fayad Jamís.

De las gestiones para mi estancia estudiantil en La Habana, nada quedó en pie porque simplemente no hice tales trámites, fin del tema. Me atrapé entre calles llenas de música, libros, pintura, una belleza profunda que probé junto a tragos de ron y cerveza de raíz. Las personas más hermosas del mundo viven en Cuba.

Cambié mis únicos y devaluados quinientos pesos mexicanos con los que llegué por moneda nacional, jamás “chavitos”; no quería ser un “yuma” cualquiera. La generosidad de una amiga moreliana llegó más adelante, con quien pude intensificar mi exploración habanera. Eternamente agradecido con ella, porque sólo así pude realizar la investigación improvisada que derivó en estas palabras, trece años después.

Caminé por el malecón de noche, escuchando el bongó e imaginando que Reinaldo Arenas había estado aquí, justo donde yo estaba, buscando aventuras por la madrugada; visité el castillo del Morro, el monumento a Maceo, el Callejón de Hamel; pero lo que más me gustó fueron los multifamiliares, casas antiguas donde vivían varias familias juntas; quería experimentar esos paseos alucinantes que el escritor de Viaje a La Habana narra en su obra:

“Qué viaje, Ricardo. Qué viaje por toda La Habana. ‘Afocando’ en medio de las ruinas. Contra las paredes descascaradas, junto a las terrazas apuntaladas, en el centro de los basureros y los derrumbes, sólo nosotros brillantes y triunfales…”

El seis de mayo de 2005 estuvo Audioslave en la Tribuna Antiimperialista José Martí, frente a la oficina de intereses de Estados Unidos en La Habana. Fui con mi amigo Daikel, cuya madre trabajaba en la embajada mexicana; a la mitad del concierto nos fuimos, pues nos esperaban otros amigos para ir a escuchar un toque de tambor. Valió mucho la pena, los percusionistas cubanos son tremendos, no hay más.

En fin, son tantas cosas las que se quedan en el tintero, no puedo olvidar las pizzas de cinco pesos cubanos, y el café más dulce que he probado en mi vida; eso sí, no hay nada mejor contra el calor y el sopor. Ya volveré a contar más de mis aventuras en La Habana, mientras tanto unas palabras de Fayad Jamís, motor de esta travesía:

“Contémplala: es muy bella, su risa golpea la costa, toda de iras y espumas. Pero no intentes decirle lo que piensas. Ella está en otro mundo (tú no eres más que un extranjero de sus ojos, de su edad)”.