Cuerno vikingo, detrás de la alerta sísmica

 

ROGER VELA / CAMBIO Un extraño silbido eriza la piel de Nelly y agita su corazón; suena como un antiguo cuerno usado por los vikingos hace más de 12 siglos. El eco de su sonido dura cuatro segundos, luego se apaga para dar paso a pitidos similares a los de un submarino nuclear. Al mismo […]


ROGER VELA / CAMBIO

Un extraño silbido eriza la piel de Nelly y agita su corazón; suena como un antiguo cuerno usado por los vikingos hace más de 12 siglos. El eco de su sonido dura cuatro segundos, luego se apaga para dar paso a pitidos similares a los de un submarino nuclear. Al mismo tiempo, en las pantallas de su oficina, un punto verde parpadea sobre el mapa de México; a su alrededor varios puntos emiten olas rojas en forma de caracol. Entre ellas nace una onda verde que sale de un núcleo y se expande sobre territorio mexicano, cubriendo amplias regiones a su paso.

Es la 1 de la tarde con 14 minutos y 50 segundos; es 19 de septiembre de 2017. Se acerca el sismo más devastador que ha sufrido la Ciudad de México en las últimas tres décadas y Nelly es una de las primeras mexicanas en saberlo, incluso antes que el presidente de la República o el jefe de Gobierno. Esta chica de 24 años observó en tiempo real cómo las ondas sísmicas se enfilan velozmente para embestir a la capital. Trece segundos después, el movimiento telúrico entra a la ciudad.

Las escaleras por las que huye Nelly brincan, mientras decenas de personas buscan el lugar más seguro en la calle Anaxágoras de la colonia Narvarte donde trabaja. El concreto se mueve. Todo sonorizado con las dos palabras que causan más terror “¡Alerta sísmica!, ¡Alerta sísmica!”.

Sólo un privilegiado grupo de unas 50 personas, quizá menos, entre ellos Nelly Solano, fueron las afortunadas en saber segundos antes que un demoledor sismo chocaría con tierras chilangas. La razón: trabaja en el Centro de Instrumentación y Registro Sísmico (CIRES), la asociación responsable de operar el Sistema de Alerta Sísmica. Los demás ciudadanos, fueron alertados cuando la mayoría ya desalojaba sus centros de trabajo, escuelas, viviendas u hospitales.

Saben que la Ciudad de México es una zona de alto riesgo sísmico: está construida sobre un lago. Saben lo que ocurrió en 1985. Y también saben que después de esa fecha la alerta tiene un objetivo claro: salvar vidas. Pero esta vez no sonó a tiempo. ¿Por qué no sonó antes la alerta sísmica?

Sin tener idea de cómo opera, ni quiénes son los responsables de activarla, los capitalinos buscaron culpables en medio de la tragedia. Sin saberlo, culparon al personal del CIRES por lo ocurrido.

No obstante, la duda popular tiene una respuesta muy sencilla: por la distancia. En palabras de Juan Manuel Espinosa Aranda, director del CIRES, la distancia entre el epicentro del movimiento y la capital es la clave. Pone como ejemplo el temblor del 7 de septiembre de 2017, que devastó buena parte de las costas oaxaqueñas y chiapanecas. “Ese sismo tuvo una intensidad de 8.2 grados Richter –el mayor registrado en casi 100 años–, pero se originó en el Istmo de Tehuantepec a más de 300 kilómetros, lo que permitió que lo detectáramos con mayor anticipación y que la alerta sonara 124 segundos antes de que llegara a la Ciudad”.

En el temblor del 19 de septiembre, explica, la intensidad fue menor: 7.1 grados; sin embargo, el epicentro se registró apenas a 120 kilómetros de la CDMX y su velocidad fue mayor. Un sismo registrado en la costa tarda  80 segundos en llegar. El CIRES cuenta con un tiempo aproximado de 20 segundos para que sus sensores lo detecten y avisen al C5 del gobierno con el fin de que emita la alerta en los altavoces. Eso le da 60 segundos a la población para resguardarse. “Pero en el sismo del 19 de septiembre pasaron apenas 13 segundos entre el registro de los sensores y la llegada del sismo”.

Tres minutos después de que el suelo dejo de moverse, Nelly y el personal del CIRES regresaron a las oficinas para levantar el registro de lo ocurrido. Sabían que su labor era fundamental si otro sismo se presentara. No podían perder más tiempo. Cuatro días después, otro temblor. Esta vez los ciudadanos tuvieron varios segundos para alistarse antes de la llegada del movimiento. Aunque el sonido de la alerta dejó en muchos afectaciones psicológicas, en Nelly no, a ella no la asusta la alerta, le aterra más el sonido que ha descrito como el silbido de un cuerno vikingo. Es un ruido que alerta a los que nos alertan, los responsables indirectos de la integridad de millones de ciudadanos.