Torre Latino: monumento a la envidia

 

Detrás de la Torre Latino existe la historia de dos empresarios que competían por tener el edificio de oficinas más bonito de México


ANTONIO GARCI / CAMBIO

El edificio de Seguros La Nacional, que se encuentra en lo que hoy es Avenida Juárez y el Eje Central, en la Ciudad de México, fue el primer rascacielos mexicano. Se terminó en 1932, y en su tiempo fue considerado una construcción imposible, ya que un edificio de ese tamaño, ubicado en zona sísmica, era algo que se pensaba que no debía hacerse.

Con sus 55 metros de altura, esta torre avasallaba todas las demás construcciones y, sobre todo, las normas de construcción vigentes en la época. Su tamaño enorme y su estilo art déco eran pruebas irrefutables de que por fin la modernidad había alcanzado a los mexicanos.

El edificio La Nacional fue venerado como el primer gran coloso arquitectónico del país, aunque, la verdad, la Pirámide del Sol, en Teotihuacan, con sus 64 metros de altura, era todavía la construcción más grande jamás hecha en México, y se había construido 150 años antes de Cristo.

Por cierto, el edificio tiene unos inmensos pilotes de concreto a 50 metros de profundidad a fin de encontrar un suelo de roca sólida en donde empezarlo, por lo cual La Nacional es casi tan grande hacia abajo como hacía arriba. Este fue el sistema antisísmico de la edificación. En la década de los 30, La Nacional fue el símbolo de nuestro petite Manhattan y la Avenida Juárez nuestra Quinta Avenida.

Frente a las oficinas de los seguros La Nacional, justo cruzando la calle, estaban las oficinas de La Latinoamericana, Compañía de Seguros para la Vida S.A., es decir, de la competencia, y al dueño, el señor Miguel Macedo y Boubée, se le agrandaban sus úlceras gástricas cada vez que veía desde las ventanas de su despacho las oficinas de La Nacional.

Una enloquecedora envidia corroía al señor Macedo y Boubée, que ya no quería recibir a sus clientes en sus oficinas para que no vieran el impresionante edificio de sus competidores, y cuando no le quedaba más remedio que hacerlo, siempre les comentaba que a los de La Nacional los iba arruinar su maldita soberbia por haber realizado una construcción de ese tamaño en una zona sísmica, pues en cuanto llegara el primer temblor, su torre se iba a desplomar como un castillo de naipes.

Sombras nada más

El dueño de La Latinoamericana sufría diariamente cuando llegaba por la mañana a su trabajo, la sombra de sus oficinas apenas cruzaba la calle de San Juan de Letrán, y al atardecer la sombra de la torre de La Nacional tapaba todo su edificio. Literalmente, su competidor le hacía sombra, y para acabarla de fregar, el famoso terremoto justiciero que tanto había profetizado no’más no llegaba, así que el señor Miguel S. Macedo y Boubée decidió consagrar su vida a levantar un edificio que opacara al de La Nacional: sí, la Torre Latinoamericana, que con sus 182 metros y sus 48 pisos cambió por completo el paisaje de la Ciudad de México.

La Torre Latinoamericana ostentó durante décadas el título de ser el edificio más alto de Latinoamérica.

El señor Macedo hipotecó hasta a su perro con tal de sacar los recursos para su descomunal proyecto. No le bastaba con que su oficina fuera más grande que la de la competencia, tenía que ser escandalosamente enorme, así que despedía a los ingenieros o arquitectos que le proponían menos pisos. Esta obsesión hizo que se inventaran para este edificio desarrollos tecnológicos únicos, como sus famosos cimientos hidráulicos. Su éxito fue tan rotundo, que legitimó las megaconstrucciones en la Ciudad de México, que antes estaban prohibidas.

La idea del señor Miguel era que su gigantesca torre se convirtiera en el gran activo de su aseguradora, y con esto respaldara financieramente su empresa. Pero el negocio no salió, la Torre que prometía fortunas en rentas jamás se llenó, entre otras cosas, por no contar con estacionamiento, y el costo operativo de ese gran elefante blanco terminó por quebrar a la aseguradora.

Hoy la Torre Latino sigue prácticamente vacía y pertenece a un fideicomiso del gobierno y la iniciativa privada que aún no sabe qué hacer con ella.