Carnavales, la teatralidad domesticada: antropólogo Flores Martos

 

Por Emmanuel Gallardo Oaxaca, 15 Feb (Notimex).- Yara tiene el ritmo en la sangre y en el ondulado del cabello que le aterriza hasta la cintura. Es bailarina. Sus ojos se iluminan cuando comienza a hablar sobre los sones que ha bailado en el Carnaval Putleco, las chilenas en la Guelaguetza y la zandunga istmeña […]


Por Emmanuel Gallardo

Oaxaca, 15 Feb (Notimex).- Yara tiene el ritmo en la sangre y en el ondulado del cabello que le aterriza hasta la cintura. Es bailarina. Sus ojos se iluminan cuando comienza a hablar sobre los sones que ha bailado en el Carnaval Putleco, las chilenas en la Guelaguetza y la zandunga istmeña en el ballet que ha acompañado a su paisana, la cantante Lila Downs, en el Auditorio Nacional.

Para Yara, la temporada de carnavales va más allá de la fiesta y el jolgorio desbordado que inicia con la quema de algún personaje coyuntural poco querido, y que da pie a la fiesta y al olvido de tristezas. La bailarina asegura que el carnaval representa la quema del mal humor, de la derrota, de las preocupaciones, para dar paso a los carros alegóricos y los desfiles; a los disfraces, a la sátira y a la burla.

“Es una representación cultural. Dejar atrás lo que nos aqueja para vivir una fiesta comunal que ha evolucionado conforme el paso de los años”, afirma Yara.

En sus inicios, los carnavales eran celebraciones ofrecidas al dios Momo, el dios griego del sarcasmo, el dios agudo, irónico y burlón; dios de los poetas, de los escritores. El dios que fue exiliado del Olimpo por burlarse de sus colegas Hefesto y Afrodita.

Pero fue en el siglo XVI que el carnaval brincó a América en medio de las prohibiciones y represión por parte de las autoridades religiosas y civiles de la Nueva España, según explica el doctor en antropología, Juan Antonio Flores Martos, académico investigador en la Universidad de Castilla La Mancha, en España, y autor del ensayo “Un Continente de Carnaval: Etnografía Crítica de Carnavales Americanos”.

En Putla Villa de Guerrero, Oaxaca, tierra de Yara, el carnaval, que se realizará del 1 al 5 de marzo, tiene un precarnaval con todo y reina: El Carretillazo, que es una celebración a menor escala que sirve para ir calentado los ánimos previo a la gran fiesta y que hace un par de semanas puso a “Valo”, a su primo y a un amigo, como los momos del siglo XXI.

Los tres jóvenes fueron señalados y duramente criticados por disfrazarse de personas quemadas portando bidones, a pocos días de la explosión de una toma clandestina en un ducto de la paraestatal Petróleos Mexicanos (Pemex) en Tlahuelilpan, Hidalgo, a una hora y media de la Ciudad de México y que hasta el momento ha dejado un saldo de 130 personas muertas.

“Fue una desgracia. A nadie se le desea eso”, confiesa Valo, quien quemó ropa vieja en las brasas de un restaurante de pollos asados para crear su disfraz. Actualmente estudia para médico veterinario.

Añade: “Fue una cosa muy grande, no hallo las palabras para explicarte. Ojalá no hubiese sucedido. No estamos jugando con los sentimientos de las personas, pero tendrían que entender la parte del por qué se hace”.

El antropólogo Flores Martos explica que en la evolución de los festejos carnavalescos importados de la Europa mediterránea, hubo una gradual desaparición de los episodios de violencia extrema y que dieron pie a expresiones más macabras y lúgubres.

“El carnaval se ha domesticado de alguna forma. Se ha amansado. Era muy habitual que en los carnavales hubiera muertos por peleas y demás conflictos”, asegura el académico.

Para la doctora Elena Azaola, antropóloga e investigadora en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) en México y especialista en violencia juvenil, los disfraces de quemados que Valo y sus amigos usaron durante la celebración del carretillazo putleco, son actos que “nos repelen”, sin embargo, no es más que “lo propio” de estas celebraciones:

“No es que se valga, es que así son los carnavales. Que fue desafortunado, absolutamente, pero esta celebración en sí es un traspase de normas. Yo más bien lo que diría es que vivimos cotidianamente en un carnaval. En muchos sentidos, vivimos en un carnaval cotidiano”, afirma.

Yara, por su parte, cuenta que ese traspase de normas se encuentra en “la comparsa de los viejos”, última parte de la representación carnavalera dedicada al pueblo y a la clase trabajadora:

“En esta comparsa los putlecos se disfrazan de lo que les pegue la gana, porque la comparsa de los viejos es eso: la sociedad en la que vivimos, y da cabida a representaciones oscuras, humor negro, como los ‘quemados’ con bidones que hace unos días causaron indignación, tras la tragedia de Tlahuelilpan.”

“Estoy convencido de que su intención no era hacer daño burlándose de las víctimas de este suceso, en absoluto”, sostiene el doctor Juan Antonio Flores Martos.

“Lo que ellos hacían era utilizar un material de la actualidad para componer una figura bajo los códigos del carnaval. El carnaval no es una película de dibujos animados o de Disney. El carnaval siempre, tradicionalmente, tendría que generar rechazo, tendría que generar repugnancia”, asegura.

Valo y sus amigos lo lograron en el Carretillazo Putleco, uno de esos microcosmos culturales que ve a finales de este mes se celebrarán en distintas ciudades de México y el mundo.

Yara, la bailarina oaxaqueña, espera lo que le corresponde celebrar a ella y a todo su pueblo en esos tres días de trasgresión y fiesta; el carnaval, ese ente vivo que poco a poco ha sido amansado y domesticado ,pero que no deja a un lado su esencia transgresora y subversiva.

 

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