Escuadrones motorizados espontáneos y solidarios

 

En dos ruedas trasladan víveres y personas para dar ayuda a otros


Después del sismo de este martes alrededor de las 21:00 horas había una calma inusitada por la avenida Reforma, desde Periférico hasta Chapultepec, pero en el paisaje urbano se distinguían algunas decenas de vehículos que circulaban, en su mayoría eran motocicletas e iban en caravanas de cinco integrantes o más, a lo lejos había ruido de sirenas.

La escasa gente que caminaba a esa hora por la avenida lo hacía a pasos lentos y pesados. Las personas iban cabizbajas y al cruzar miradas, algo preguntaban, sin decirlo, con los ojos más abiertos.

A partir del Metro Chapultepec, comenzaron a escucharse las sirenas con más fuerza. Las calles en las inmediaciones se encontraban a oscuras. En Atlixco y Veracruz estallaron voces atronadoras, a gritos. Los vehículos con víveres e insumos atestaban las calles y solamente los motociclistas lograban avanzar entre los autos.

“¡Comida! ¡Agua! !Qué te falta!”, decían los voluntarios en las inmediaciones del parque España, mientras entregaban la ayuda a decenas de motociclistas que esperaban para cargar paquetes con los productos y repartirlos donde se necesitaran.

Había militares, gente con cubrebocas, gente con cascos y chalecos, personas deambulando con el gesto perdido.

“¡No estamos jugando, apaga tu teléfono!”, dijo una de las voluntarias con chaleco color naranja a un hombre que parecía no dar importancia a las indicaciones de apagar los celulares por el fuerte olor a gas.

“¡Si ya entregaron ayuda, váyanse a descansar!”, decían los voluntarios ante la afluencia de cientos de personas que querían brindar apoyo.

En los edificios a oscuras, detrás de algunas ventanas, se asomaban rostros con miradas inmóviles. Algunos vecinos prefirieron dormir en la entrada de sus edificios, después de barrer de las aceras los vidrios de las ventanas hechas añicos.

Cerca de la calle Chilpancingo, un edificio todavía crujía, ante la mirada de sus antiguos habitantes, quienes contemplaban en silencio el inminente colapso del que fuera su hogar.

A intervalos de entre tres y 10 minutos, el sonido de las sirenas se anunciaba a lo lejos y resonaba en las calles, acompañado siempre por el rugido de las motocicletas. Fuera de ellos, el barullo de las voces de la ciudad enmudeció.

Lorena, Deborah y Fernanda, voluntarias, dijeron que había una gran participacíón social, que ellas estaban allí porque “es algo que también nosotros vivimos”. Néstor, de 22 años, joven moreno de bigote recortado, complexión delgada, explicó también la razón de su presencia:

“Yo pensé: tuviste suerte, qué te hubiera gustado que pasara si tú estuvieras allí… Y por eso estoy aquí, para chingarle un rato, de todas maneras no voy a dormir”, dijo sosteniendo con fuerza una pala entre sus manos.

Ahí, al corredor Roma-Condesa, una de las zonas más afectadas, llegaron decenas de vehículos con insumos para que los voluntarios los repartieran entre la gente de a pie y los motociclistas, confiando en que llegarían a su destino. Y es que todo lo que la gente hacía era de buena fe, comentaron Daniel y Sandra, quienes repartían agua.

“Los que estamos aquí es porque realmente queremos ayudar”, dijo ella.

Al amanecer del otro día, el ruido de las motocicletas sigue fluyendo, aunque más lento, como cauce de riachuelo que por la noche fue río. Las ambulancias pasan silenciosas. El silencio también se ha instalado en las personas que, como la noche anterior y una noche de 1985, con las manos, en motocicleta o a pie, salvaba su ciudad.