La tristeza se respiraba en torno de Anaya

 

La derrota se sentía, se respiraba desde antes de que Ricardo Anaya reconociera que perdió


LUIS A. MÉNDEZ / LUCILLY ZAVALA

 

La derrota se sentía, se respiraba desde antes de que Ricardo Anaya reconociera que perdió. Votó por la mañana en Querétaro; con su característica sonrisa mostró su sufragio, después desapareció. Sus colaboradores más cercanos lanzaban ligeros destellos de felicidad y seguridad, pero nadie daba la cara por el candidato presidencial.

No aparecía aquel joven de piel muy blanca, cabello a rape y con apenas 34 años que en 2013 se convirtió en presidente de la Cámara de Diputados, ahí donde “se volvió famoso y como la espuma se fue para arriba”, decía Gustavo Madero, su mentor, que estaba vez ni se asomó.

En uno de los hoteles más exclusivos de la Ciudad de México, el panista se encerró. Los voceros de la coalición Por México al Frente, que lo abanderaron, dieron un primer mensaje breve, plano, sin emotividad, pero de Anaya nada se sabía.

Representantes del PAN, PRD y MC se quejaron por tardar casi cinco horas en votar, un mayor tiempo que el que les llevó reconocer la victoria de Andrés Manuel López Obrador.

Las horas pasaban. Un salón estaba a la espera de ser ocupado por simpatizantes si es que el triunfo estaba de su lado, pero nunca llegaron o no fueron convocados. En los pasillos, el equipo del panista se concentró en una sala alterna; pantallas, café, galletas y bocadillos los acompañaban.

Dante Delgado, con toda su solemnidad, explicó que Jalisco sería de ellos, y que Movimiento Ciudadano gobernaría por primera vez un estado. Sin embargo, de Anaya nada dijeron. “¿El triunfo también es para la candidatura presidencial?”, se cuestionó a los líderes; “en breve les daremos más datos”, regresó a contestar Zepeda.

Ya no hubo más mensajes, las noticias de un supuesto triunfo de López Obrador estaban en el ambiente. Las horas fueron largas, el staff ya no amplió el salón, los medios de comunicación se atiborraron en la pequeña sala donde ya se esperaba al panista.

El calor se juntó con los ánimos y las caras largas, era una sala de prensa en silencio absoluto. Se anunció el mensaje del candidato.

Sin extraviar la sonrisa, pero con la mirada perdida; Anaya se plantó en el escenario tomado de la mano de Carolina, su pareja por más de 20 años; ella apretaba los labios, apretujaba los dedos de su esposo en un intento de contener las lágrimas, que terminaron por salir al paso del discurso del panista; último en reconocer que los ciudadanos otorgaron una victoria sin duda para el tabasqueño.

“Porque soy un demócrata, digo ante los mexicanos que los resultados con los que cuento, me indican que la tendencia favorece a Andrés Manuel López Obrador”, afirmó tras reconocer que ya había hablado con su rival antes de hacer pública su derrota.

No sólo Carolina lloró, las lágrimas empezaron a inundar el recinto, desde los más novatos en una contienda electoral, hasta aquellos estrategas que se sentaron a planear lo que sería el tan presumido gobierno de coalición, que no se hará realidad.

El panista atribuyó en gran medida su descalabrada electoral a los ataques del Gobierno Federal mediante la Procuraduría General de la República (PGR), y también adelantó la conformación de una oposición crítica al que llamó Presidente electo.

Aquel “joven maravilla”, como se le llamó por su capacidad de rápido aprendizaje, el de los grados académicos: licenciado, maestro y doctor, el candidato que toca varios instrumentos, sabe varios idiomas, hace deportes extremos, boxea, práctica yoga y es buen debatiente quedó en el camino, a la búsqueda de la Presidencia de México.