“Lo van a matar”

 

La violencia está desatada en el barrio de Tepito


“Te invito un toque, carnal. Vente para acá, conmigo. Te doy precio.”

El casi susurro de los jóvenes narcomenudistas dificulta aún más entender su acento cantadito, entre los jaloneos para ganar un cliente. A la generosidad de la oferta le acompaña un trato gentil que emboza la violencia impregnada en las paredes percudidas de esta vecindad –una entre tantas– convertida en fumadero clandestino. Se podría oler el miedo, si no fuera más penetrante el avainillado aroma de la cocaína en piedra derretida por el fuego de un encendedor y por las humaredas de marihuana.

La violencia está desatada en el barrio de Tepito. Son 50 asesinatos en 15 meses en las entrañas de la colonia Morelos. Hace poco más de un mes ejecutaron a cuatro personas, que se sumaron a otros 21 asesinatos cometidos durante el primer trimestre del año por los que hay 14 carpetas de investigación por homicidio doloso. Extraoficialmente se cuentan otras cinco muertes recientes.

En todo el año pasado hubo 29 asesinatos: 20 por arma de fuego, el resto por arma blanca, asfixia o golpes.

Las autoridades responsabilizan a la banda conocida como Unión Tepito; la gente calla si les preguntan. Aquí, el control se impone con 15 golpes de tabla que revientan la espalda baja y las nalgas de los castigados, una violencia diaria, constante. Cuando el miedo no basta, se mata –casi siempre– con balas 9 milímetros.

La palabra “Unión” apenas se murmulla en el estrecho pasillo hacia el fondo de la vecindad. Mejor decir “la U”. Atrás quedan las voces de los vecinos, inmersos en su cotidianidad, y los gritos de los niños que juegan futbol.

* * *

“El barrio está pesado”, dice una mujer que despacha gramos de cocaína pesados en una báscula de precisión. Las calles de Tenochtitlán y Jesús Carranza, en el corazón de Tepito, son más peligrosas que antes, y eso ya es decir mucho. Ella ha visto muchos muertos, “hasta cinco de un madrazo”. Todo es por el control de la zona, una disputa entre las bandas de siempre y los que se quieren meter por la fuerza. “Quieren ser un solo cártel, pero los más viejos no se dejan”. Los nuevos no negocian. “A los que no se alinean, los están matando”. Ella no discute, sólo les trabaja, aunque gane mucho menos.

La competencia narcomenudista es dura. Las trampas se pagan caro y no hay espacio para clientes necios. “Póngale a la verga de aquí, hijo de toda su puta madre. Vaya a comprar a otro lado, ramero”, estalla un vendedor con poca paciencia. En la tienda de al lado, el Flaco mueve su negocio con su socio, un expresidiario. Ninguno llega a 25 años. Todo en el local es blanco. Un enorme cuadro de la Virgen de Guadalupe resguarda frascos de marihuana, bolsitas de plástico con trozos de cristal metanfetamina, DMT, LSD y pastillas de colores colgadas de la pared. Dos bancos rojos permiten a sus clientes sentarse y fumar lo que decidan comprar sin ser molestados, hasta que otro joven narcomenudista rompe la calma del flujo traficante. Viene huyendo. Ruega.

–¡Hazme un paro, Flaco! Me acabo de aventar un tiro con unos güeyes de la U. La neta fue legal, pero vienen sobres. ¿Qué transa? Déjame hablar con aquél, ¿no?

Todos entienden su miedo. Al muchacho le pisan los talones sicarios de la Unión de Tepito, organización criminal formada en 2009 por delincuentes locales que emplean la violencia extrema y el terror. Lo suyo es la extorsión en los principales corredores de bares y restaurantes de Polanco, Condesa, Roma, la avenida Insurgentes, la colonia Del Valle y la Zona Rosa, y controlan la venta de droga en el centro y norte de la ciudad. Son el principal aliado del Cártel Jalisco Nueva Generación en la Ciudad de México, según registro de la organización Causa Común.

El joven perseguido tiembla dentro de su pantalón de mezclilla azul y su chamarra de satín negro brillante. Clama por ayuda con un gesto de angustia, el rostro hundido, la frente surcada. Sus labios palidecen, los ojos son dos líneas cóncavas y negras. Es fuerte de brazos, compacto.

Su cabello es muy oscuro, rapado a los lados, casi todo cubierto por una gorra roja que resalta un par de broqueles brillantes en sus orejas.

Con voz baja y atropellada le da detalles de la pelea al Flaco, sin dejar de mirar hacia la entrada de la vecindad. Se escabulló de los sicarios de la U en Jesús Carranza, una de las calles más peligrosas de México y que a mediados de la década pasada concentró al mayor número de vecinos presos en cárceles de la Ciudad de México. En lo alto de “Chucho Carranza” el cielo desaparece y se tupe de lonas multicolores. Así es el cielo de Tepito: cerrado, impenetrable y colorido.

El Flaco se apiada y franquea el paso. El perseguido sube las escaleras de metal lo más rápido que puede. Arriba hablará con alguien a cargo de ese pedazo de territorio: una vecindad de 14 viviendas, donde familias y sus niños de uniforme de primaria y secundaria comparten el entorno con narcomenudistas, adictos e inmundicia acumulada bajo las escaleras.

La venta deja de fluir por un momento. El Flaco y su socio ordenan calma con gestos de las manos, las palmas hacia el piso. El repentino silencio deja oír más fuerte la canción Las vueltas de la vida, del sinaloense Lenin Ramirez. Un par de minutos después, la música se apaga bajo el ruido sordo de un grupo de jóvenes que entra en tropel. Andan en sus 30, son delgados y llevan el pelo corto, muy al estilo de los cantantes de reguetón.

–¿Dónde está ese hijo de su puta madre? –pregunta una voz dura en pleno patio de la vecindad.

Es una pregunta retórica que no espera respuesta. Los sicarios de la Unión de Tepito toman las mismas escaleras que su presa y controlan los accesos.

Prepotentes, rompen el orden tácito que evita problemas a fuerza de no mirar, de saber que ahí la fama del Barrio Bravo se aprecia en cada tatuaje de la Santa Muerte, que lo mismo cubre torsos, antebrazos y cráneos tupidos de cicatrices. Hoy, en los intestinos del narcotráfico tepiteño, el respeto se gana no muriendo.

“No los veas, carnal. Volteate p’acá”, recomienda un cliente de barbas lacias y negras, también atrapado en la vecindad sitiada por la Unión de Tepito.

“Lo van a matar,” anticipa el socio del Flaco, y sube la mirada en espera de escuchar el primer balazo. La suerte del joven acorralado se decide a unos metros de ahí. La negociación apenas es perceptible. No hay gritos ni amenazas. Se ha salvado.

–Se cagó el morro. Yo creí que lo iban a matar aquí mismo. Así es aquí con la U – dice el expresidiario.

Los sicarios salieron por donde entraron. El chico que pidió ayuda desapareció. “Se la perdonaron ahorita, pero ese güey ya es un muerto viviente”, dice el cliente barbón.

–Aprovechen para moverse ahorita, carnal –recomienda el Flaco–. Van a tener que salir por donde se fueron ellos porque las “fugas” (salidas escondidas de la vecindad) están tapadas. Que los acompañen unos de mis chavos, porque ahorita sí está bien denso el pedo.