PRI: sin ovaciones a Meade, Osorio y sin candidato

 

“Por unanimidad” avalaron priistas cambios en estatutos rumbo al 2018


ROGELIO SEGOVIANO

Sábado 12 de agosto, desde temprana hora decenas de autobuses llegaron a las inmediaciones del Palacio de los Deportes, en la Ciudad de México, donde horas más tarde se realizó la XXII Asamblea General Ordinaria del Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Decenas de mantas aludiendo a la “nueva revolución” como lema del priismo, se podían leer en muchas partes, pero la mayoría están ubicadas en las rejas que circundan el recinto.

En punto de las 10:45 de la mañana, las puertas del Palacio de los Deportes se cerraron. Por instrucciones del Estado Mayor Presidencial, los elementos de la Marina apostados en los accesos le niegan la entrada a más de un centenar de priistas que llegaron tarde. De nada vale rogar, suplicar, fanfarronear o tratar de explicar que vienen de muy lejos.

Un grupo de poblanos es el que más discute. El marino de la entrada los oye sin escucharlos. “La asamblea está comenzando y el Presidente no tarda en arribar. Ya no puede pasar nadie”, repite una y otra vez.

A diferencia de otros mítines del PRI, en la Asamblea General Ordinaria casi no se ven a las famosas “bases” del partido, esas que muchas veces no saben ni a qué tipo de eventos los acarrean, pero que es en donde les pasan lista de asistencia y les dan una torta, un refresco y hasta una camiseta barata.

Al contrario, a estos encuentros –además de gobernadores, congresistas, expresidentes y líderes de la cúpula tricolor– acuden, en su mayoría, los priistas “bien”, los que trabajan en las oficinas estatales, los asistentes de diputados y senadores, los empresarios identificados con el partido, los priistas que se mandan a hacer vistosos chalecos colorados y presumen playeras polo con el nombre de su delegación bordada. Son los “soldados” a los que el presidente Enrique  Peña Nieto llamará a prepararse para la gran batalla.

Desde 1950, los “soldados” del PRI celebran su Asamblea General Ordinaria, en la que los “generales” del instituto político establecen las estrategias, lineamientos y estatutos que han de seguir de cara a las inminentes “batallas” electorales que van a librar. Muchas veces se toma este acto como banderazo de salida para comenzar a perfilar al próximo candidato que los ha de representar en la elección presidencial.

Pero a diferencia de la XX Asamblea, realizada en agosto de 2008, en la que el nombre del entonces gobernador del Estados de México, Enrique Peña Nieto, se repetía en cada militante, se respiraba en cada rincón y se coreaba en cada porra, en el cónclave priista realizado el pasado fin de semana, la incertidumbre parece haber hecho presa a los asistentes, pues todavía no les ha quedado claro quién será el hombre que los ha de liderar en 2018, en la que se espera sea “la madre de todas las batallas”.

Los asambleístas decidieron, levantaron la mano y acordaron “Aprobado por unanimidad”.

Así, se acuerda que la mitad de las candidaturas a cargos de elección popular deberán ser para mujeres (y no habrá “Juanitas”); que una tercera parte será para los jóvenes (sin especificar a qué edad se deja de serlo); que ya no habrá “chapulines” plurinominales (en periodos consecutivos) y que se quita el candado para que sólo puedan ser candidatos los militantes con 10 años de antigüedad en el partido, pues ahora sólo bastará con ser simpatizante del PRI.

Luego suena la canción que “Qué Bello” hace su aparición el presidente Peña Nieto, quien se quita el saco para quedar en mangas de camisa y saludar de mano a los suyos. Se deja apapachar y se toma infinidad de selfies.

Llega al templete, se pone una chamarra roja tipo cazadora y, así como en las dos asambleas anteriores, vuelve a acaparar todas las porras. A falta de una señal clara, nadie se arriesga a ovacionar a Osorio Chong, ni a Meade ni a Nuño ni a nadie. Sólo a Peña Nieto.