2018

 

Muy probablemente seguiremos ahogados en la inseguridad


Ya estamos en 2018. Nace rodeado de grandes incertidumbres y, prácticamente, ninguna certeza. Muy probablemente seguiremos ahogados en la inseguridad, la corrupción y la indolencia gubernamental.

No hay señales indicadoras de un cambio, así sea leve. A todo esto se agrega un factor incontrolable: las elecciones de julio. La desmesura mostrada desde ahora es vaticinio de la conformación de territorios al margen de la norma, donde todo será posible.

Las candidaturas se definen en camarillas cerradas, las alianzas se firman después de convenir condiciones impresentables, se comprometen diputaciones, senadurías y gubernaturas sin tomar en cuenta el factor del voto, supuestamente central, y vemos reaparecer como seguros contendientes, a sujetos cuyo destino sería la cárcel en países con un mínimo de apego al estado de derecho. El México del no pasa nada se ha ampliado a aquél donde todo se puede.

En gran medida nosotros tenemos la culpa, somos demasiado pasivos. Hay mil ejemplos de esta tolerancia llevada a extremos. La clase política nos rebasó y fija las reglas del juego sin tomarnos en cuenta, sabedora de nuestro inmovilismo.

Legisladores y servidores públicos sólo ven lo suyo.

El tema de la anticorrupción es emblemático. Seguramente reflejándose en el espejo del Perú, donde el presidente está a punto de ser declarado culpable de corrupción por sobornos de Odebrecht, o Guatemala, Colombia y Panamá, nos negaron a los mexicanos la constitución de tribunales y fiscalías reales e independientes. ¿Para qué arriesgar la libertad frente a un pueblo lerdo y dejado? Las listas de candidatos a fiscales y magistrados de casi todas las entidades son una oda a la impunidad. Puros cuates probados, ningún riesgo. Las celdas son frías y ahí no puede gastarse a gusto la lana malhabida.

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