Administradores de la desilusión

 

Nuestro sistema político no ha funcionado debidamente y menos con la exactitud


Si algo ha sido recurrente en el sistema político mexicano son esas fallas sistémicas que se presentan en la toma de decisiones, y quizá eso quiere decir que nuestro sistema político no ha funcionado debidamente y menos con la exactitud a que se han referido los estudiosos de la política y el derecho. También hay que aceptar que los errores que se presentan de forma recurrente indica que si fallan los hombres y las mujeres como los principales componentes, falla todo el sistema político mexicano.

Después de dieciséis años que inició la única la alternancia que hemos tenido con relativa paz, se han generado varias iniciativas de reformas constitucionales que de hacerse realidad provocarían una grave crisis en el agotado sistema político que ya es bastante disfuncional. La dimensión de las Cámaras de diputados y senadores han cambiado de composición bajo el pretexto de incluir más voces y otorgar espacios a las minorías, y para lo único que han servido es para entorpecer el paso de la eficiencia.

También han sido vanos los intentos por reformar esa cueva de senectos en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, donde el robo de los caudales públicos se disfraza de salarios estratosféricos, y la justicia es brutalmente tardía.

Legisladores y Ministros representan el sesenta y seis por ciento de la operación del Estado Mexicano, pero todo lo malo que se hace, aunque participen todos, se lo cargamos al Ejecutivo.

Hemos reformado las facultades presidenciales y acotado muchas de sus decisiones, pero no lo hemos hecho con los representantes populares ni con los ministros. Al menos deberíamos hacerlo con los salarios y la disposición discrecional del dinero de los mexicanos.

México ya no puede ni debe manejarse desde la perspectiva de que un solo hombre encabece una lucha que tiene que ser de todos para que pueda haber resultados para todos. Si las reformas planteadas por las distintas fuerzas políticas del país fueran analizadas públicamente, nos encontraríamos con un brutal galimatías.

Nuestro glorioso pasado se visualiza ahora como una referencia lejana de lo que pudo haber sido y no fue, y de todo nuestro catálogo de héroes son pocos los que verdaderamente lo fueron en razón de sus hechos y no de sus palabras.

Creo que después de Porfirio Díaz no ha existido alguien con los tamaños para empujar al país hacia el progreso, que tampoco fue compartido y solamente provocó el adelanto clasista. Eso mismo ocurre ahora. Al tiempo.