Allí donde el fuego no se apaga

 

Jesús comparó la condenación eterna con un basurero como la fatalidad de aquellos a los que el pecado los lleva a desperdiciar su vida. Es el infierno, a donde va a caer la escoria de la humanidad.


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Por Roberto O’Farrill Corona

“Allí donde el fuego no se apaga”

Luego de que el Señor asegurara que quien recibiese a un pequeño en su nombre lo recibiría a él mismo, advirtió severamente las consecuencias de cualquier abuso hacia los pequeños: “Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que lo echen al mar” (Mc 9,42).

Estas palabras de Jesús manifiestan cuánto le indigna que la paz sea trastornada por pretensiones mezquinas hacia el inocente y puro, y son una advertencia en la que el Señor sentenció que quien ponga a la fe sencilla del que cree un obstáculo para que tropiece traería consigo un castigo divino.

Que conozcan su destino los que vulneran la fe y la confianza de los pequeños que creen y que menosprecian la humildad de los débiles, los impíos que transgreden la paz de las familias, la honestidad de las autoridades, la justicia de la ley, la fe de los creyentes y la pureza del corazón; el destino infernal de los que profanan la inocencia de los débiles en la prostitución, los que ofrecen drogas en las escuelas, los que obligan a sus hijos a robar, los que abusan sexualmente de ellos porque ignoran qué es lo que les hacen, los que siendo formadores que, teniendo a su cuidado la orientación de sus conciencias, cometen atrocidades contra ellos; a cada uno de esos malditos sería mejor que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que lo echen al mar, al lugar que en la tradición de las Sagradas Escrituras es el recinto de las fuerzas del mal.

El Señor vino a poner un límite al mal, y aunque ahora crecen juntos el trigo y la cizaña (cfr. Mt 13,24-30), ya vendrá de nuevo, en su Parusía, a arrojar al fuego eterno a los que han atropellado a sus pequeños que creen.

El Evangelio es radical, como debe serlo la observancia del cristianismo en el amor al prójimo, pues Cristo es exigente en su seguimiento: “Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo. Más vale que entres cojo en la Vida que, con los dos pies, ser arrojado a la gehenna. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo. Más vale que entres con un solo ojo en el reino de Dios que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga; pues todos han de ser salados con fuego. Buena es la sal; mas si la sal se vuelve insípida, ¿con qué la sazonarán? Tengan sal en ustedes y tengan paz unos con otros»” (Mc 9,43-50).

Se pensaba que el demonio se inoculaba en algunas partes del cuerpo para provocar desde allí el pecado y desviar al hombre de la voluntad de Dios. Por eso Jesús enseñó que es mejor cortar al mal radicalmente, y bajo la figura de esta pedagogía, sería menos terrible perder una mano, un pie o un ojo, que ser arrojado a la gehenna (del arameo Ge-Hinnom, valle de Hinnom), aquel sitio al sur de Jerusalén donde se tiraba la basura manteniendo prendido un fuego para evitar la putrefacción aunque, a pesar de que el fuego no se apagaba, la purulencia no moría.

El demonio se vale de los sentidos para tentar al alma. Los ojos ven escenas que podrían inducir a pecar, el oído puede incitar al odio, la mano puede apropiarse de lo que le pertenece a otra persona, el gusto puede incitar a la gula y el tacto puede llevar a la lujuria; tentaciones que han de cortarse definitivamente para que no se desperdicie lo bueno que hay en el hombre.

Jesús comparó la condenación eterna con un basurero como la fatalidad de aquellos a los que el pecado los lleva a desperdiciar su vida. Es el infierno, a donde va a caer la escoria de la humanidad.

Así como la carne se conserva con sal, sin refrigerarla, así también la moral cristiana equivale a esa sal que preserva de impurezas. La sal también realza el sabor de los alimentos, pero si perdiese esta cualidad no habría con qué suplirla.

La sal purifica, la paz también. Tener paz unos con otros es lo que conserva a los hijos de Dios porque la paz es armonía.

RGH