Adiós, Manuel

 

Pido licencia para una historia personal


Pido licencia para una historia personal.

Manuel es mi amigo de la infancia, estudiamos cuatro años de primaria y la secundaria, y nunca perdimos contacto. Es un empresario muy exitoso.

Tiene cáncer terminal, le quedan de cuatro a seis meses de vida. Convocó a cuatro compañeros de diferentes etapas, entre ellos yo, para despedirnos nadando con tiburones ballena en Holbox. Lo hicimos el fin de semana. Logramos nueve inmersiones con cuatro criaturas de éstas de entre 10 y 15 metros. Fue extraordinario.

Por la noche cenamos langosta asada a la luz de la luna en la playa, acompañada por tres botellas de Veuve Clicqot Ponsardin enfriadas exactamente a 20 grados, y cantamos todos nuestros éxitos de entonces: Over you, Young girl, Eleonor Rigby, Tus ojos, y mucho rock en español.

No fue un acto de esnobismo ni de pose. Fue un asunto profundamente humano, sin fatuidades, simulaciones ni escenografía.

Los niños de entonces, hablamos como nunca lo hicimos antes. Sentimos, contemporáneos todos, la mordida atroz del miedo, la arbitrariedad de la vida que no pregunta, determina, supimos exactamente como las células de Manuel se descontrolaron de pronto, y de algún modo nos vimos en el camino de salida, sin dramatismos, con la certeza de que hemos vivido más de lo que nos falta, pero también de haber cumplido aquel adagio de El Principito: “Procura que el niño que fuiste no se avergüence nunca del adulto que eres”.

El domingo nos despedimos con un abrazo muy apretado, el último con Manuel, tristes, pero sabiendo que nos volveremos a encontrar vagando por las constelaciones. Con un velo agridulce en el alma, más adultos a nuestros 60 y pico. Nos pidió no ir a su incineración, mejor quedarnos así como fuimos al último, plenos y felices.

Adiós, Manuel, viejo amigo.

[email protected]