AMLO y el tigre: victoria insegura y su violencia como su naturaleza

 

La declaración sobre el tigre suelto en la convención de banqueros mostró dos mensajes: los engañó con su institucionalidad y mostró que su victoria todavía no está garantizada


A pesar de su experiencia en las confrontaciones con el poder, López Obrador aún no ha sabido controlar sus impulsos y suele cometer el error del jugador novato de póker: sus gestos delatan su mano de cartas.

La declaración sobre el tigre suelto en la convención de banqueros mostró dos mensajes: los engañó con su institucionalidad y mostró que su victoria todavía no está garantizada. Fue, por así decirlo, el López Obrador de las marchas, la toma de Reforma con tiendas de campaña vacías, la ocupación de pozos petroleros y la asunción formal como presidente legítimo.

El otro mensaje es más de interpretación política: López Obrador ha aumentado su tendencia de votos populares, pero sigue sin obtener algún beneplácito del bloque de poder priista conformado por los grupos vinculados al modelo económico neoliberal internacional y nacional. La base electoral del tabasqueño es una hegemonía de movimientos populares antisistema, antiEstado y anti-establishment, amplia para ganar votos, pero menor para gobernar.

Sin embargo, López Obrador no podría manejar el Estado mexicano si no cuenta con algún acuerdo con el bloque de poder. Y antes que ceder en el sometimiento a las necesidades estabilizadoras del neoliberalismo como política económica y de desarrollo, ha preferido advertir que lo dejen gobernar o el tigre social saldría a romper vidrios.

La amenaza del tigre, en este contexto, no tiene que ver con el fraude que podría darse si López Obrador tampoco esta vez logra una base social que vigile las más de 155 mil casillas, sino con las primeras decisiones de gobierno que tendrían que revertir el modelo neoliberal de desarrollo en materia de reformas estructurales. Por ello es que el llamado del tigre habría buscado decirles a los banqueros –eje del modelo neoliberal– que soltaría a sus bases militantes contra los bancos.

Pero la otra preocupación de López Obrador radica en la imposibilidad en el corto plazo de conformar un ejército electoral que vigile el voto, tal como lo probó negativamente en las elecciones en el Estado de México donde hubo irregularidades en aquellas casillas en las que no pudo tener representantes.

Ninguna de las nuevas alianzas de poder –ni siquiera la amarrada con la maestra Elba Esther Gordillo– le ha asegurado la supervisión de casillas.

Por tanto, su amenaza del tigre suelto fue una especie de baladronada extrema: amenazar con la violencia social de ruptura en las calles con bandas rompiendo vidrios. A quien menos le conviene esa violencia es a López Obrador, aunque sigue latente ese estilo de ruptura revolucionaria: en diciembre de 2006 ordenó a las huestes legislativas del PRD impedir a toda costa la entrada del presidente electo Felipe Calderón al Palacio Legislativo para que no protestara como presidente constitucional para nuevas elecciones, una maniobra que fue evitada por el diputado priista Manlio Fabio Beltrones.

Por lo demás, los más preocupados por la amenaza del tigre no fueron los banqueros, sino los nuevos morenistas de centro-derecha-priistas-panistas que no lo apoyarían en sus amenazas.

Política para dummies: La política es la necesidad de convencer a los demás que ha cambiado, aunque en el fondo siga siendo el mismo.

Si yo fuera Maquiavelo: Al Estado le pasa lo que al tísico: “al principio su mal es difícil de conocer, pero fácil de curar, mientras que, con el transcurso del tiempo, al no haber sido conocido ni atajado, se vuelve fácil de conocer, pero difícil de curar”.