Amor y sustentabilidad

 

Cada hora de vuelo aumenta nuestra huella de carbono


Por si hubiera pocas razones para pensar que una relación a distancia es inviable o sencillamente una apuesta perdedora, ahora se suma a todo esto un factor más: la responsabilidad ambiental.

A ver, empecemos por el principio. Resulta que como 90 por ciento de las veces me pasa, desde hace cuatro meses he decidido aumentar una más a mi lista de relaciones imposibles y ridículas. Aunque me estaba resistiendo, terminé siendo el affaire de viaje de un interesante hombre que tiene la desdicha de viajar por el mundo propagando su sabiduría de escritor. Pero su casa está a 3 mil 177 kilómetros de la mía, según Google Maps.

Obvio, en la emoción de los primeros días yo sólo veía que estamos a cuatro horas y media de un vuelo directo cuyo costo no sobrepasa a veces los 300 dólares, y eso me animaba; sin embargo, no todo es tan sencillo.

Cuando las redes sociales me bombardean con mensajes sobre la responsabilidad ambiental y cómo debo calcular mi huella de carbono, caigo en cuenta de que ni siquiera todas mis prácticas cotidianas de sustentabilidad juntas lograrían equilibrar el impacto ambiental que mi pasión viajera le avienta a la atmósfera.

¡Pffff!, así que no sólo es romántico, idealista y básicamente estúpido enamorarme de una persona que vive en otro país, sino que además, ¡es un atentado ambiental!

Para hacernos una idea, cada hora de vuelo aumenta nuestra huella de carbono en promedio unos 435 kg de dióxido de carbono (CO2), además de otros gases de efecto invernadero.

Así que, un viaje como el que quiero hacer al menos una vez al mes si pienso en que mi romance tenga alguna mínima posibilidad de no convertirse en canción de Maluma (por aquello de felices los cuatro), significaría un incremento de casi 2000 kg de dióxido de carbono más a la atmósfera terrestre… algo nada fácil de llevar para alguien como yo, que se toma los temas ambientales muy en serio.

Los vuelos intercontinentales suelen llevar a más pasajeros, por lo que el consumo es menor, pero eso de qué sirve si las horas de vuelo se triplican (igual que el monto a pagar), así que aunque siguiera con mi fascinación por los europeos y dejara a un lado al latinoamericano que ahora me roba el sueño, la pesadilla ambiental continuaría.

Así las cosas, es fácil entender que si reducimos el número de vuelos también bajará de forma importante nuestra huella. Entonces, no hay tanto lío si vamos de vacaciones una vez al año a Europa o a Sudamérica, pero ¿volverlo una costumbre mensual para mantener vivo un romance? Es ecológicamente insostenible. Touché!

Nuestra aportación verde al planeta mejoraría significativamente si adoptáramos hábitos de consumo más sostenibles o, al menos, si nos fijáramos en esta cuestión, lo que incluye nuestra elección del medio de transporte. Salvo los desplazamientos muy esporádicos en los que es obligatorio tomar el avión, también es cierto que una interesante opción es empezar a ponderar destinos más cercanos, que precisen medios de transporte menos contaminantes que el avión y que, por lo tanto, representen una huella de carbono menor. Así que, ¿mi conciencia ambiental me condena a buscar sólo relaciones con chilangos o con personas que no vivan a más de cuatro horas de distancia en autobús o Blablacar?

¡Maldición! Encontrar el amor ya es suficientemente difícil como para que además cuando encuentro a alguien que podría ser perfecto para mí, resulte que el mero intento de construir algo juntos nos convierta en criminales de la capa de ozono. Kill me now cupido… conmigo nomás no parece haber modo.