Amores mercenarios…

 

En Cuba, no sé ahora, nunca celebraron a San Valentín


Hoy, ayer y, como parece que será en adelante nuestro destino, celebramos una fiestecita que nos llegó del norte, una pachanga de acuerdo con el espíritu pragmático y utilitario de nuestros vecinos, más un carnaval para ver quién gasta más y quién acumula las más ridículas declaraciones personales.

Nos referimos, claro está, al Día del Amor, cuyo reflejo más completo se encuentra entre los suscriptores de Facebook donde, con el pretexto de que ya no habrá ridiculeces de aspirantes a La Grande para exhibir, para mostrar sus debilidades mentales, acumulan un increíble número de groserías, de versiones difamatorias y de mentadas de madre, inclusive entre los usuarios.

En contraste y sólo por los días que les dura el rollo mental, los adoradores del San Valentín lanzan melcocha a diestra y siniestra, colocan corazoncito por todos lados; y bueno, como dato a toro pasado, entiendo que los moteles estuvieron al tope, que fijaron las estancias de los cariñosos alquilantes en dos horas máximo y que con cualquier pretexto subieron las tarifas.

En Cuba, no sé ahora, nunca celebraron a San Valentín. No como fecha tradicional. Allá llevaban al santo del amor y la amistad en el cerebro y todos los días que podían le rendían homenaje.

Los moteles, inexistentes, se llamaban “posaditas”. Era uno de los pocos sitios donde se vendía cerveza, la célebre Hatuey, en forma libre. En la recepción, los alquiladores de una habitación esperaban, varones de un lado y damas del otro.

Las conversaciones en ambos sitios eran sicalípticas, resaltando las capacidades amatorias de la pareja o las habilidades que desarrollarían en el encuentro íntimo.

Pero no eran los únicos lugares. A la falta de capacidad, debido a la habilitación de esos lugares para habitación familiar, en el Parque de La Habana se admitió el surgimiento de un paraje, entre árboles y largos cortinajes de plantas parásitas que colgaban, formando sitios privados en forma natural.

Ocupaba medio parque al cruce de la Avenida 23 (La Rampa) y se prohibía el paso de familias y menores de edad.

Tampoco permitían acceso a parejas del mismo sexo. Y la ocupación, gratuita desde luego, era todos los días del año, a todas horas.

Cuando alguien, en alguna de las presentaciones de Fidel Castro ante un mitin, le reprochó que eso sucediera, el líder explicó que él no le había clausurado nada a las mujeres ni mutilado a los varones. Aceptaba que cumplieran con sus tareas. Algo así…

A fin de cuentas, deporte nacional, indudablemente.