Sin remedio y sin perdón

 

Nos ahogamos en corrupción


Entonces llegamos a la conclusión de que todo lo que nos pasó fue porque la corrupción desencadenada en donde hubo elecciones, terminó por desbordar el cauce de los ríos. Y ahora, además de ahogarnos en contaminación, nos ahogamos en corrupción.

En ese sentido, la clase política mexicana que siempre asegura escuchar a su pueblo, debió haber corrido inmediatamente el 6 de junio para aprobar el paquete de las leyes anticorrupción y para demostrar que no todo está perdido, que aún es posible nombrar al fiscal anticorrupción y empezar a cambiar.

Sin embargo, a cambio de eso tuvimos una declaración del Presidente en la que reiteró que “nuestro gran lastre social llamado corrupción” es un tema de orden cultural. Aunque no todos han sido capaces de adquirir esa cultura, situación que ha traído consigo una serie de problemas.

En este momento, pese a que tres leyes anticorrupción ya fueron aprobadas en el Senado –Ley General del Sistema Nacional Anticorrupción, Ley Federal de Responsabilidad de Servidores Públicos (mejor conocida como Ley 3de3, misma que no será obligatoria en su totalidad) y reformas a la Ley Orgánica del Tribunal Federal de Justicia Administrativa– aún quedan cuatro por aprobar y un fiscal anticorrupción por nombrar.

Y es que, si de verdad se escuchara la voz del pueblo y nuestro problema no fueran las casas blancas con conciencias negras, se tendrían que estar creando las condiciones necesarias para que los ciudadanos tuviéramos la certeza de que, pese a todo, aún podemos tener remedio.

No es hora de dialéctica ni de declaraciones, es hora de acciones.

Y en ese contexto, es lamentable observar que en algunos estados se ha desatado el espectáculo de las confrontaciones entre el gobernador saliente y el entrante.

Donde si éste último está tan seguro de las maldades y crímenes de su antecesor, debe considerar que le está dando todas las oportunidades de hacer algo, como lo que ocurrió en el tránsito de la dictadura argentina a la democracia; es decir, quemar todos los libros de contabilidad.

Ya que en esa época en Buenos Aires, con las elecciones y la salida de los militares, ante el vergonzoso deber de investigar no sólo lo asesinado, sino también lo robado, la mejor manera de terminar con todo eso era optar porque el fuego destruyera las pruebas.

Y como no quiero creer que puede llegar a existir un acuerdo por lo bajito, en el que se estén dando la oportunidad los unos a los otros de limpiar las huellas de sus crímenes, mejor hay que empezar a trabajar seriamente para saber cómo y dónde pagarán cada uno de ellos por todo lo que han hecho.