Aquellos tiempos…

 

Tengo la certeza de que el presidente Andrés Manuel López Obrador añora aquellos tiempos, los días en los que el partido, como don Porfirio el viejo, bueno el más viejo, el dictador, era el poder unívoco, la decisión absoluta y la sabiduría total. Como hoy, el partido tricolor tenía el mando sobre las legislaturas nacional […]


Tengo la certeza de que el presidente Andrés Manuel López Obrador añora aquellos tiempos, los días en los que el partido, como don Porfirio el viejo, bueno el más viejo, el dictador, era el poder unívoco, la decisión absoluta y la sabiduría total.

Como hoy, el partido tricolor tenía el mando sobre las legislaturas nacional y de los estados; imponía su mando en el sector judicial y una orden del mandatario en turno era indiscutible, sabia y sin lugar a duda acertada.

Pero con la diferencia que ya sea por demagogia o por conveniencia, se guardaban ciertas formas y aunque no había consultas públicas, se realizaban sondeos “en los sectores” integrados por el popular que agrupaba a las clases sociales sin distingo, el obrero que funcionaba como control sobre este grupo y el campesino, del que se decía que no era útil para producir, pero muy valioso para votar.

El partido de la revolución institucionalizada sintetizaba a todos los grupos de interés y podría afirmarse que, sin precisar ideologías, lo mismo cabían allí los irredentos izquierdosos no marxistas, que los centristas –esa concentración de medieros descomprometida—y los derechistas inclusive a liados a sectas religiosas o iglesias reconocidas.

Sin tales controles había sido di cil que en el país se hubiesen podido abrir las carreteras que por desgracia
los camioneros, poderosos políticos, sustituyeron a los ferrocarriles, herencia porfirista que logró la casi total comunicación en el país con acento en la movilización de los grupos sociales menos favorecidos.

Una consulta y ante el poder de las petroleras y el temor al posible desempleo por la supuesta falta de experiencia en el manejo de esa riqueza, hubiese dado al traste con la nacionalización igual que podría haber sucedido en la expropiación de la electricidad.

La participación popular era evidente, al convocar para contribuir a la indemnización de las petroleras, se registraron casos en los que la gente acudió con su gallinita, su puerquito o cualesquiera otras propiedades que les significaba un sacrificio su entrega, pero pensaron y tenían razón, que valía la pena.

Los tiempos cambian y hoy, seamos justos, quienes se apelotonan alrededor del nuevo Tlatoani, lo hacen con el fin de obtener beneficios sin medida. Salarios reducidos, sí, pero gastos y apoyos a granel. Así, los diputados descaradamente y sin que les tiemble la voz, anuncian su percepción de n de año: 235 mil pesos aparte de sus emolumentos institucionales.

Esos, los que están a la vista, pero ¿y los demás?

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