Bartlett, Salinas, Córdoba y el fraude de 1988 contra Cárdenas

 

El fraude electoral de 1988 vinculó para la historia de la infamia mexicana


Capacitado por el sistema político priista como un operador eficaz y duro, a Manuel Bartlett Díaz lo alcanzó el tiempo histórico. Y no en forma de la enfermedad del olvido que siempre regresa, sino como los fantasmas del pasado siempre presentes para lo que viene.

El fraude electoral de 1988 vinculó para la historia de la infamia mexicana a Carlos Salinas de Gortari y a Bartlett, casi 30 años después, la caja de Pandora la abrió el propio Bartlett suponiéndose purificado por su pastor Andrés Manuel López Obrador. A pesar de que ni el tabasqueño, ni Morena, ni el PT van a exigirle cuentas al expriista, la historia acaba de reescribir el verdadero currículum de Bartlett para la historia.

Queda reconstruir el proceso electoral de 1988 con observaciones propias del columnista en El Financiero original y con datos aportados por Martha Anaya en El año en que calló el sistema y Jorge G. Castañeda en La herencia. Y en todas las revisiones no aparece el que quizá fue el personaje central de la trama fraudulenta: el superasesor salinista Joseph Marie Córdoba Montoya.

Desconfiado por los enfrentamientos en la disputa por la candidatura presidencial, Salinas tuvo que ceder que Bartlett manejara el proceso presidencial como secretario de Gobernación, pero designó a Córdoba –auxiliado por Patricio Chirinos Calero– para operar el aparato electoral salinista. El día de las elecciones, el bartlista Óscar de Lassé, exdirector de Investigaciones Políticas y Sociales de Gobernación, fue desplazado del proceso y anduvo deambulando por las tribunas de la Comisión Federal Electoral. En aquel entonces la información de casillas directa pasaba por 32 teléfonos de magneto, de manivela.

Lo que Bartlett no se atreve a decir fue la participación directa de Córdoba en la caída del sistema, porque tendría que reconocer la participación de Gobernación en el operativo cibernético para quitarle votos a Cárdenas y pasárselos a Salinas.

En aquel entonces funcionarios de Bartlett reconocieron que quizá Cárdenas no contó con los votos suficientes para ganar, pero que el sistema priista, del cual Bartlett era el perro guardián, perdería poder si reconocía menos de 50 por ciento de los votos y una diferencia de cinco puntos porcentuales sobre Cárdenas.

La complicidad de Bartlett fue pagada por Salinas: de diciembre de 1988 a enero de 1992 fue secretario de Educación y luego pasó a ser candidato del PRI al gobierno de Puebla. Salinas quedó resentido con Bartlett porque le ensució el 6 de julio cuando declaró la noche del día de las elecciones que no había datos para declarar un ganador y El Financiero publicó su portada histórica –“Aún nada para nadie”– que dejó la sensación de irregularidades.

Ya en el sexenio salinista, Bartlett exigió la gubernatura de Puebla, a pesar de haber nacido en Tabasco y vivido en el DF. La operación política para esa candidatura estatal no la manejó el PRI, sino que Salinas designó a Córdoba Montoya para que viajara a Puebla a imponer la candidatura de Bartlett. La negociación se basó en el compromiso de Bartlett de guardar silencio sobre el 6 de julio de 1988. Por eso Bartlett alegó el lunes Alzheimer político.

Pero los operadores del fraude de 1988 fueron Bartlett y Córdoba. El PAN sólo acordó legitimación secundaria en el colegio electoral a cambio de reformas. A lo mejor la verdadera historia de 1988 apenas comienza a escribirse.

Política para dummies: La política no es sólo la rueda de la fortuna, sino la rueda trituradora de la justicia poética.