Benditos veranos mundialistas

 

Más que una representación futbolística y social genuina, una Copa del Mundo, en resumidas cuentas, va de emocionarse con himnos y goles ajenos como si fueran propios


Ricardo López

 

Camino a San Petersburgo había que hacer escala en París durante un par de días. Contrario a lo que la famosa retirada de Napoleón pudiera sugerir, Rusia y Francia son dos países con una historia sorprendentemente cercana.

El legado de la Rusia imperial no se entendería sin los innumerables viajes de Pedro El Grande a la capital occidental más fastuosa de aquella época ni la marcada influencia de los filósofos franceses de la Ilustración sobre la legendaria zarina Catalina, seguramente los dos personajes con mayores matices modernistas de la dinastía Romanov.

Ya instalado en la Ciudad de la Luz, luego de ver el MéxicoCorea del Sur en la pantalla fría e inexpresiva de un celular en el aeropuerto, con el estímulo de una veterana pareja de madrileños, tocaba aprovechar la visita a uno de los destinos más fascinantes del globo.

Con el pretexto de una fotografía, una búlgara simpatiquísima, de Sofía, me hablaba de lo bien que había jugado México en sus primeros dos partidos. Parecía incluso más entusiasmada que yo, un hombre claramente superado emocionalmente por el espectáculo que suponía el punto de encuentro entre la Torre Eiffel y el Sena a pleno atardecer.

Los franceses, motivados por la herencia ganadora de la generación multiétnica de Zidane, Djorkaeff, Thuram y Henry, se presumían, como casi siempre, con la etiqueta de candidatos. La condición de favorito suele ser peligrosa, al final, en el futbol y la vida, la magia radica en celebrar y enamorarse de lo cotidiano, como insinuaba en su fabulosa Rayuela Julio Cortázar, un escritor argentino afrancesado, que encontraba inspiración deambulando en los místicos puentes parisinos.

Más que una representación futbolística y social genuina, una Copa del Mundo, en resumidas cuentas, va de emocionarse con himnos y goles ajenos como si fueran propios. Qué aburrida debe ser la vida con fronteras. ¡Viva la diversidad! Benditos veranos mundialistas.