Cadáveres en Insurgentes

 

En la colonia Atlampa, la cual colinda con Tlatelolco donde se encuentra el conocido puente de Nonoalco, por las viejas vías de los ferrocarriles que llegaban a la estación de Buenavista, hoy transmutada en salida del tren suburbano que va hacia el Estado de México. Allí transcurrió la revolucionaria novela José Trigo, del gran Fernando […]


En la colonia Atlampa, la cual colinda con Tlatelolco donde se encuentra el conocido puente de Nonoalco, por las viejas vías de los ferrocarriles que llegaban a la estación de Buenavista, hoy transmutada en salida del tren suburbano que va hacia el Estado de México. Allí transcurrió la revolucionaria novela José Trigo, del gran Fernando del Paso, allá por 1966. Fue tan magistral y novedoso el manejo del lenguaje y todos sus significados y significantes, que alguien calificó la obra como el “Ulises mexicano”, aludiendo a la obra de James Joyce. Otros opinaron que en el ataúd que el personaje central lleva y trae por esa zona del Distrito Federal iba el cadáver de Artemio Cruz, en referencia a la novela de Carlos Fuentes y a que fue superado por otro entonces joven autor.

En ese rumbo aparecieron este domingo dos cuerpos humanos desmembrados. Los restos no estaban “en fetales y fecales posturas”, como escribió Del Paso hace más de medio siglo, sino masacrados y mutilados, con un mensaje amenazante contra los delincuentes capitalinos. No es la primera vez que aparecen “narcomantas” ostentando como autores a los miembros del Cártel de Jalisco Nueva Generación, exactamente como este grupo gusta de anunciar su llegada a “la plaza”, cuya toma será, advierten, necesariamente sangrienta.

Después del asesinato de más de una docena de jóvenes de Tepito que se divertían en el bar Heaven en la Zona Roja, en mayo de hace cinco años, la policía capitalina supo que varios de los autores de esa masacre a sangre fría (los cuerpos aparecerían bajo tierra cerca de los volcanes rumbo a Cuautla) tomaron como guarida calles de Atlampa, ni más ni menos, de donde se puede ir a pie al propio barrio bravo de Tepito en unos minutos, rumbo que se presta para escondite por sus calles cerradas y vecindades viejas, en cierta forma similares a las del barrio bravo.

Insurgentes es la avenida más grande del país. De hecho es la principal, en tanto que atraviesa la ciudad de México de sur a norte como parte de la llamada antiguamente carretera Panamericana. En esa principalísima arteria fueron tirados los restos humanos este fin de semana. Y hace 25 años se dio en la misma avenida, pero en el sur, en el restaurante Bali Hai, una de las más cruentas balaceras que desataban grupos rivales del narcotráfico, cuando sicarios del Cártel de los Arellano Félix intentaron asesinar al ya para entonces poderoso “Señor de los Cielos”, Amado Carrillo Fuentes. Los atacantes eran de la misma organización que escenificó la balacera en el aeropuerto de Guadalajara, en mayo de 1993, en la que moriría acribillado de 14 tiros “directísimos” el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo.

La ciudad de México nunca ha estado exenta de la violencia homicida que invade y ha llevado a una crispación extrema y a una crisis humana a todo el país. Tampoco es inmune a la presencia de capos y matones, muchos de aquellos arrestados aquí y más numerosos sicarios invadiendo zonas sensibles de la capital, como es sabido: Tláhuac, Tlalpan, Xochimilco, los Pedregales e incluso Ciudad Universitaria son ejemplo de toma territorial de narcomenudistas, como el transporte público y los cajeros automáticos son escenarios del atraco y la violencia armada cotidiana.

Causa hilaridad la paradójica expresión de las autoridades capitalinas de que “lo que hay aquí es narcomenudeo, pero no delincuencia organizada”, una contradicción flagrante y una mentira mal hilvanada.

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