El placentero deporte de la güeva

 

Los diputados se preparan para un largo descanso


Este tema, cansino, puede abordarse bajo cualquier perspectiva porque, como cada año, sin resultados en su actividad, que sólo es una forma de ganar influencias y dinero, los diputados se preparan para un largo descanso. Los héroes están agotados.

Fueron un par de meses de actividades en los que incluso estuvieron obligados a asistir a su centro de labores, lo que casi nunca hicieron, pero sólo pensarlo cansa. Y cansa mucho más el cúmulo de ofensas verbales que les son propinadas tanto en lo personal como por vía de medios.

Está a discusión si llamarlos pendejos –por citar el adjetivo que con más frecuencia se les coloca– es una ofensa o una definición. Veamos: en el habla popular un pendejo es sencillamente un sujeto de pensamiento lento o capacidades intelectuales disminuidas; según el ladrillo de la Real Academia, el pendejo es el pelo púbico del varón.

Hace un año los legisladores, cuidadosos del prestigio que conlleva la responsabilidad de representar al pueblo ante la chistosamente llamada “máxima tribuna de la Nación”, decidieron protestar porque en el Diario de los Debates se incluyen los insultos que ellos mismos se propinan. Layda Sansores, destacada tribunicia que en ese terreno se las sabe todas, es la principal adjetivadora o como se diga.

La disputa entonces, hasta ahora, está en definir si quien acepta el calificativo lo reclama como ofensa o si sólo admite que por la pequeñez del vello púbico sólo se le quiere minimizar, disminuir o empequeñecer. Lo real: nunca supimos cómo quedó el asunto y si los diputados tienen facultades –que no las tienen– para borrar registros del Diario de Debates únicamente porque una expresión les parece “malsonante”.

De los temas pendientes, congelados, se dice, una vez cerrado el periodo ordinario de sesiones e instalada la Comisión Permanente, los ciudadanos esperarán que expliquen por qué sigue en suspenso la ley anticorruptos y las disposiciones para impedir que los dineros de estados y municipios puedan apropiárselos gobernadores y ediles para después esperar que alguien, en alguna parte –seguramente desde Estados Unidos– nos diga quién robó y cuánto.

Y por detrás de todo esto y sin que a nadie caliente ni muchos menos enfríe, soterrado, se encuentra el procedimiento de la propiedad de Angélica Rivera, para certificar que fue una adquisición sin parte del presidente Enrique Peña Nieto, su marido. Y bajo la ley, reintegrarle su propiedad sin mayores problemas. Hay que esperar. La paciencia paga.