Ciudadanos aún tienen desconfianza en instituciones

 

La democracia promete derechos que suelen tener un costo material


En el país aún se mantiene un intenso debate sobre el costo de la democracia. ¿Debe ser costosa para ser confiable? Es una interrogante que se mantiene pese al avance en el proceso democrático.

Hay más partidos, el instituto electoral trabaja en la promoción de la cultura democrática, pero los ciudadanos aún tienen desconfianza en las instituciones. No sólo es un tema de políticos.

Se sabe que la norma entre los países de América Latina en cuanto a gastos de campaña es una ausencia de límites, por lo que es común que el costo del proselitismo y del proceso electoral como tal se incremente constantemente.

El informe de Latino barómetro 2015 reporta que México ocupa el último lugar de América Latina (26 por ciento)sobre la percepción en la limpieza delos procesos electorales. A pesar de la reforma electoral que se llevó a cabo el presente año, México sigue siendo una delas democracias más caras en el mundo.

Los elevados costos de la actividad democrática en México se encuentran aún lejos de un satisfactorio nivel de eficiencia. No corresponde el empleo de recursos contra los resultados alcanzados. Y no es mentalidad pragmática, es simple razonamiento ciudadano. Y el análisis somero indica que si se analiza el tema del financiamiento que reciben actualmente todos los partidos políticos, éste se mantiene en un nivel que ha llevado a que el sistema democrático de México sea considerado como uno de los más caros en todo el mundo. A final de cuentas, la democracia promete derechos que suelen tener un costo material que debe ser sostenido por el Estado.

La democracia resulta cara en México, de ahí que autoridades electorales y legislativas prevean discutir la posibilidad de reducir el financiamiento público para los partidos.

Sin embargo, éstos necesitan algún tipo de respaldo económico para su funcionamiento y proyección social. Y es que en la práctica, el sacrificio de los contribuyentes no es retribuido equitativamente si se considera el desencanto y la frustración del electorado por el incumplimiento de las promesas de campaña.

El pensamiento generalizado es que,sin duda alguna, hay mejores formas de gastar el dinero público, pues mientras alcaldes y legisladores presumen los logros obtenidos en sus respectivas administraciones, lo cierto es que después de los comicios se necesita de una inyección inmediata de recursos para satisfacer las demandas ciudadanas. Así que el círculo de gasto no se termina.