Compradores de sexo

 

“Vivimos en una época de hipercorrección donde ya no se les puede decir prostitutas a las prostitutas”


“Vivimos en una época de hipercorrección donde ya no se les puede decir prostitutas a las prostitutas”, dijo una vez una de mis tías. Ella ve el término “trabajadoras sexuales” como una consideración hacia mujeres que no tienen dignidad, que se venden, que hacen “lo que sea” por dinero. Yo, en cambio, lo veo como una muestra de respeto hacia las mujeres que tienen la misma dignidad personal que cualquier otra y que, en el mejor de los casos, deciden comerciar con aquello que saben que les redituará más que cualquier título universitario. Sí, lamentable y dolorosamente.

 

Ya sea que hayan elegido dedicarse a esta actividad o se hayan visto orilladas a ella, sobre eso hemos oído ya miles de historias. Pero si hay algo de lo que estas mujeres no son responsables es de la demanda que inunda el mercado en busca de sus servicios. Es decir, en esta ecuación hay un elemento, fundamental e imprescindible, que no se toma en cuenta: los consumidores.

 

A ellos, la fotógrafa española Cristina de Middel quiso darles un rostro y colocarlos en el centro del reflector, como un intento para balancear los juicios y análisis sobre el fenómeno del comercio sexual. Con la finalidad realizar su proyecto titulado Gentlemen’s Club, viajó a Río de Janeiro, ciudad considerada como uno de los principales puntos de trabajo sexual en América Latina. Ahí, puso algunos anuncios de periódico donde solicitaba hombres que aceptaran abiertamente ser clientes del sexoservicio y que posaran para una serie de fotografías.

 

Aunque en algunas entrevistas De Middel ha dicho que no pretendía tomar partido sobre la legalización o prohibición del trabajo sexual, a mí me parece que su proyecto replantea el fenómeno de una forma muy interesante. Esos hombres que pagan por sexo son llevados a los mismos hoteles donde obtienen los servicios sexuales y reciben una remuneración a cambio de rentar sus cuerpos por unos minutos. La fotógrafa les pagó 100 reales (unos 600 pesos mexicanos), que es lo mismo que ellos pagan por un servicio, y si aceptaban mostrar su cara la suma subía a 150 reales (poco más de 900 pesos). Más aún –como en un guiño–, la mayoría de los modelos aparecen tumbados sobre la cama. Algún otro aparece de pie, con los brazos separados y apoyados en el gran espejo de la habitación, con el cuerpo un poco inclinado hacia adelante.

 

Pero no son solo las fotografías, que por su naturaleza tienden a contar únicamente el microsegundo en el que fueron capturadas, sino que De Middel recopila también varios datos personales de los hombres, como su nombre, edad, estado civil y motivación para comprar sexo. Algunos afirman que lo hacen porque no tienen pareja y otros más porque consideran que las mujeres (todas, al parecer) están para eso. Con esos testimonios comienza a completarse la ecuación del comercio sexual.

 

La artista quiere continuar su proyecto en países como México –donde reside– y Tailandia. Mientras tanto, ha expuesto su trabajo en varias galerías de arte, pues asegura que, aunque su mayor interés es publicar estos retratos en la prensa, ninguno de los grandes periódicos o revistas a los que se ha acercado han mostrado interés. Su argumento, asegura la autora, es que el tema podría ser ofensivo para el público familiar. Sin embargo, tanto ella como usted y yo hemos visto muchas publicaciones sobre trabajo sexual en los medios impresos, ¿por qué la reticencia a contar el otro lado de la historia? Parece que es más cómodo pensar que vender el cuerpo es solamente un problema de mujeres.

 

*Periodista especializada en salud sexual

@RocioSanchez

 

JCA