Condiciones para seguir a Jesús

Condiciones para seguir a Jesús
Condiciones para seguir a Jesús 

La cruz, en imitación de Cristo no debe ser rechazada, pues es oportunidad de transformar el dolor en alegría. Tomar la cruz consiste en aceptar las tribulaciones para convertirlas en ocasiones de amar mucho.


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Por Roberto O’Farrill Corona

“Condiciones para seguir a Jesús”

Luego de presentales a sus discípulos el primer anuncio de su Pasión, el Señor les dio a conocer dos actitudes que habría de tener todo seguidor suyo: “Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? Pues ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?” (Mc 8,34-37). 

Para seguir a Cristo se requiere de un esfuerzo que comienza por el deseo de ser como él, pues Jesús es el modelo a seguir porque él es el hombre perfecto, en tanto que nosotros somos imperfectos, y que continúa en poner la atención, ya no en lo propio, sino en lo suyo para abandonar las propuestas nuestras que se contrapongan a su doctrina. Negarse a sí mismo para no negar a Dios.

Con respecto a tomar la cruz, al inmolarse Jesús convirtió su sufrimiento en alegría y su muerte en vida, transformó la cruz en entrega de amor infinito, pues “nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15,13), y fijó una norma que ha de asumirse en las ocasiones de sufrimiento, que suelen rechazarse por dolorosas, para que al ser aceptadas puedan transformarse en realidades gozosas.

Nadie está exento del sufrimiento, pero se sufre más cuando el sufrimiento se rechaza, y se sufre menos cuando se acepta. La cruz, en imitación de Cristo no debe ser rechazada, pues es oportunidad de transformar el dolor en alegría. Tomar la cruz consiste en aceptar las tribulaciones para convertirlas en ocasiones de amar mucho.

No es posible seguir a Cristo si no se asumen las cruces cotidianas, si se evita dar testimonio de amor en las oportunidades de amar a los demás. “Pero también ustedes darán testimonio, porque están conmigo desde el principio” (Jn 15,27). Las cruces se presentan para aceptarlas con alegría porque son oportunidades de entregarse uno mismo y de amar hasta el extremo.

Nos asimos con fuerza a la vida porque sin la vida dejamos de existir, pero Jesús enseña que la vida, más que en estar, consiste en ser, y para lograr ser propuso este modelo de amor muriendo él mismo por los suyos.

Nadie puede hacer nada por rescatar su vida de la muerte eterna porque nadie es su propio salvador. Tratar de alcanzar la vida eterna, sin Cristo, es imposible, y vivir la vida al margen del Salvador tiene por consecuencia perder la vida. En cambio, quien une su vida a la de Cristo, y la toma como modelo, la salvará.

La plenitud de la creatura no se encuentra en lo creado, sino en el Creador; el mundo es temporal, el Creador es eterno. El mundo no es despreciable porque es hermoso, pero más hermoso es quien hizo el mundo. No cambiemos al Creador del mundo, por el mundo; ni cambiemos al autor de la vida, por la vida misma, pues lo único que puede ofrecérsele a Dios, a cambio de la vida, es la propia vida.

Luego, por primera ocasión en el Evangelio de Marcos, el Señor pronuncio palabras escatológicas con las que anunció su retorno al mundo, en la que será su segunda venida: “Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles»” (Mc 8,38). Y así enseñó que hacer su voluntad es condición para alcanzar la vida eterna, pues no bastaba con reconocerlo como el Mesías si no estaban dispuestos a reconocerlo también en el significado de su Pasión y de su Muerte.

A la generación de su tiempo, Jesús la llamó adúltera y pecadora, como nuestra generación también lo es, una generación que peca con plena conciencia del pecado y de sus consecuencias y que se avergüenza de Cristo más que la de su tiempo, pues hoy se desprecia su obra redentora, se le difama y se niega su Resurrección. El Señor se alegra por quienes lo escuchan, lo aman y hacen su voluntad, pero se avergüenza por quienes lo niegan.

En las enseñanzas de Cristo, despreciar al prójimo equivale a despreciarlo también a él, a avergonzarse de sus palabras, pues todo acto de amor hacia los demás se traduce en una expresión de amor a Dios.

RGH