Contradije a Kapuscinsky

Cada que pisaba un país ya tenía un plan de trabajo
Capital Publicado el
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CARLOS FERREYRA CARRASCO 

Se me vino de golpe a la memoria: Ryszard Kapuscinsky, polaco corresponsal de la agencia PAP, cuyo paso por nuestro país dejó una cauda de amistades con las que recorrió medio continente, unas veces países en conflictos, otras veces en viajes que para algunos eran casi turísticos pero para él siempre había un motivo de estudio, de análisis y de reporte.

Con una frecuencia cotidiana, los corresponsales nos reuníamos en la sede de la ACEM, atrás del hotel que era propiedad de Miguel Alemán y que se derrumbó durante el temblor del 85. El club estaba amueblado estilo mexicano y tenía el mejor bar de la ciudad, pero al que sólo entrábamos los miembros.

Sin citas, acudíamos al lugar a sabiendas de que encontraríamos a alguien con quién platicar y, de hecho, intercambiar información para la línea de cada agencia. Gratas tardes―noches en las que además se hablaba de usos y costumbres periodísticos en cada país.

Kapuscinsky era poco aficionado a estos convivios, pero cuando concurría hablaba con mucho entusiasmo de lo que sucedía en las naciones latinoamericanas que iba conociendo. Entusiasmo, aclaremos, que nada tenía que ver con alegría, sino con la posibilidad de adentrarse en las tripas de la perversión, de la explotación, de la injusticia en general.

Observador, de pocas palabras, el periodista polaco gustaba de escuchar a veces entrecerrando los ojos cuando, en mi opinión, había algo que no le satisfacía, alguna respuesta o comentario al que no le daba mayor valor o de plano descalificaba.

De allí que alguna ocasión platicábamos y le oí por primera vez esa frase que han convertido en mantra los adoradores de Kapuscinsky en todo el mundo: los malos no puede ser buenos periodistas.

Personalmente me causó gracia. Comencé a enlistar una serie de próceres nacionales de los medios que de buenos no tenían nada, al contrario, se distinguían por malvados. Y a pesar, lograban grandes éxitos investigando y denunciando. La lista, claro, la encabecé con Carlos Denegri, por entonces el más brillante periodista de Excélsior, todavía no se otorgaba calidad divina a Julio Scherer, perdido en la redacción de algunos de los diarios de Últimas Noticias.

Con paciencia franciscana, pero al parecer con más ánimo de convencerse él que convencerme a mí, Ryszard, agregó que en la investigación, la redacción y la publicación pudieran ser profesionales exitosos, pero éticamente nunca lo serían. No recuerdo que me haya razonado la diferencia entre ser exitoso en los medios, en alguna forma cumplir con la ortodoxia periodística y dejar la ética al lado.

Con el corresponsal de PAP recorrimos Centroamérica y parte del sur del continente. Llamaba la atención cuando arribábamos a algún lugar, su casi inmediata desaparición. Entiendo que cada vez que pisaba un país ya tenía estructurado su plan de trabajo, con la recolección y memorización de todos los datos posibles: geográficos, culturales, políticos, personajes públicos y zonas de conflicto.

Durante la Guerra del Futbol al volar a Guatemala, a Kapuscinsky le interesaba mucho contar los aviones que estaban estacionados en el aeropuerto Aurora. Me pedía que me ubicara en las ventanillas contrarias a la suya y le auxiliara a esa tarea. Los aviones, no lo notábamos, eran aviones ligeros de combate, o sea los chapines se preparaban para entrarle a los catorrazos.

Lo mismo cuando viajamos a la zona de combate en la que los salvadoreños estaban tundiendo a los hondureños con una facilidad explicable: los primeros usaban armas de la OTAN y de fabricación española, mientras los locales contaban con riflecitos calibre .22 y, eso sí, con los consabidos machetes que aplicaban concienzudamente al destazar a los enemigos.

Después de salir casi con apresuramiento de un aeropuerto militar que acababa de ser bombardeado, al regreso a Tegucigalpa se nos perdió de nuevo Kapuscinsky, lo que no nos sorprendió ni nos alarmó. Estábamos acostumbrados a su labor de llanero solitario.

En el avión que nos llevó a los bosques cercanos a San Pedro Sula, los asientos estaban precariamente atornillados, se movían endemoniadamente y parecía que en cualquier momento saldrían disparados por la zeta de luz que formaban las dos grandes puertas, mal ensambladas.

Evidente un avión carguero improvisado para que los periodistas nos trasladásemos.

Algo de eso menciona en su obra sobre la Guerra bananera en la que cita a otros de nuestros eternos acompañantes, el español José Antonio Rodríguez Couceiro, expulsado de México cuando intentaba llegar a los campos de entrenamiento de la gusanera cubana en un fundo cañero propiedad de un tal Machado, en los límites entre Veracruz y Oaxaca. Creo que por allí corría un río, Tonto o río Lento o algo parecido.

carlos_ferreyra_carrasco@hotmail.com

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