Corrupción e hipocresía eclesial

 

México es un país en el que la corrupción y el cinismo han invadido toda o casi toda la actividad pública


Sin lugar a dudas México es un país en el que la corrupción y el cinismo han invadido toda o casi toda la actividad pública. Políticos, empresarios, líderes sindicales, líderes gremiales, activistas sociales, ladinos defensores de derechos humanos, funcionarios gubernamentales, profesionistas y hasta líderes sociales y vecinales. Por desgracia son pocos los que se salvan, y eso es el principal indicativo de la podredumbre que presenta ya nuestro agotado sistema político.

Ni que decir de aquellos que se ufanan de encabezar los esfuerzos espirituales de la sociedad para limpiar los pecados de sus integrantes y ayudarlos a redimir sus penas para alcanzar la gracia divina en la vida terrenal, y por qué no, desarrollar las virtudes de la solidaridad con aquellos que menos tienen para ocupar un lugar al lado de Dios en la vida eterna, y no arder por toda la eternidad en las llamas del infierno.

Es tanta su afinidad, que hasta ahora no conozco un simple mexicano, de esos de a pie porque a veces no tienen ni para el camión, que haya sido bendecido con la gracia de una visita a cenar lo que cenan los pobres, de parte del cardenal monseñor Norberto Rivera Carrera.

Pero lo que sí hace el señor Rivera en sus homilías dominicales es rezar y pedir por que los servidores públicos dejen de pecar y transparenten sus bienes renunciando a la oscuridad de la corrupción. No sé si haya sido un olvido o simplemente no quiso señalar la triste realidad de este país en el que los fieles mueren a manos de los delincuentes, y que las cifras de decesos en ocasiones son más altas que las generadas por el conflicto bélico en Siria.

La mala memoria del señor Rivera Carrera le impide recordar que en 1997, cuando se le pidió una opinión sobre las acusaciones contra Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, a quien se acusaba de abusos sexuales, simplemente frunció el ceño y se limitó a señalar que “si se trata de difamar a la Iglesia y a sus agentes, para eso no nos prestamos”.

Bueno, pues eso que él llamó difamación se convirtió en una de las peores calamidades del siglo pasado para la Iglesia Católica que él representa y defiende. Quizá tampoco recuerda ya la forma en que operó para que Guillermo Schulemburg dejara la abadía guadalupana. Así las cosas, el señor Rivera Carrera no tiene derecho de orar para que los políticos corruptos devuelvan los caudales sustraídos hasta en tanto él mismo no responda por su hipocresía eclesial y los actos de corrupción en que se ha visto inmiscuido. Por si le preocupa, no recibo más paga que mi salario como periodista. Al tiempo.