Cri Cri por siempre

 

Es un clásico de la música universal. Ajeno a fórmulas, experimentó con todos los géneros


Su mundo está poblado de innumerables personajes salidos de su imaginación y los compartió con personas de todas las edades, colores y sabores, para que su infancia se nutriera de alegría, ritmos, versos y el mayor número de géneros musicales posibles: danzón, chachachá, country, bolero, vals, fox trot, tango, swing, son jarocho, jota y un chorro y dos montones más.

A casa ingresó vía la radio: todas las mañanas mi padre, rudo conductor de un camión de 12 toneladas, propiedad de una ferretera, encendía su Phillips portátil y sintonizaba en la W el mini programa con Cri Cri que patrocinaba Jugos Valle Redondo. Una canción al día, pero nos nutría las 24 horas para andar guerr eando por el llano que entonces era Neza, acarreando agua, volando papalotes, cascareando, atrapando mariposas, yendo a nadar al Chocolatito o Acapulquito: enorme charco ubicado detrás del Aeropuerto Benito Juárez poblado por niñas y niños dados a los placeres de la vagancia, con la camisa de fuera, los pantalones cortos (remiendo sobre remiendo) y los pies descalzos, atrapando ranas, lagartijas y culebras de agua para con ellas espantar a la tía que iba y nos acusaba para que nos pusieran una buena joda por malcriados y traviesos.

De la pequeña bocina salieron “El ratón vaquero”, “La muñeca fea”, los conejos viendo llover, el berrinchudo que cuando las siete ya van a dar y hay que merendar, ni maíz paloma: ¡Ay, mamá!, mira a esta María, siempre trae la leche muy fría, y el chacho muchacho tiene un amigo Hans que tiene un tío alemán, señor muy enojón…

Con las canciones de Francisco Gabilondo Soler (Orizaba, Veracruz, 6 de octubre de 1907) agarrábamos “Caminito de la escuela”. Nos formábamos en el patio para ingresar a los salones con “La marcha de las letras” como fondo: que todos los niños estén muy atentos: las cinco vocales van a desfilar… y desfilábamos para ocupar cada cual su pupitre y atender a la clase que impartía la maestra María Elena, eficaz y consentidora, pero implacable si te descubría copiando durante los exámenes.

Y todo esto viene a cuento porque en el teatro del Centro Cultural Universitario, aledaño a la Ciudad Universitaria chilanga, se presentó la Orquesta Filarmónica de las Artes, conducida por Abraham Vélez Godoy, con el espectáculo Cri Cri por siempre, con música de Francisco Gabilondo Soler para narradora y orquesta en un acto.

Casa llena. En Metro, pesera, camión o auto llegaron hasta la calle de Odontología parejas de la tercera edad, matrimonios con sus bodoques, solitarios entes quizá nostálgicos. Atiborraron la sala y armaron barullo hasta que la tercera llamada, tercera, los aplacó y quietecitos esperaron a que la orquesta concluyera la afinación de instrumentos y el maestro de ceremonias prohibiera tomar fotos y grabar la música. Shales, todo sea por el Grillito Cantor.

Doña Emilia Fernandez de Soler, interpretada por Evangelina Martínez, hizo de narradora y abuela de Cri Cri; el actor Pedro Trejo fue el grillito en su adolescencia y Juan Pablo Ruiz, Mayte de Samaniego y María José Bernal actuaron y dieron vida a las canciones que persisten en la memoria colectiva.

Cri Cri es un clásico de la música mexicana y universal. Ajeno a las fórmulas, experimentó con prácticamente todos los géneros musicales. Sus letras, perfectamente versificadas, están años luz distantes de la didáctica o pedagogía facilona, que considera enano mental al escucha. Sobre todo si menor de edad es.

El espectáculo constató lo que por sabido no debiera callarse: la vigencia y trascendencia de las creaciones de Francisco Gabilondo Soler; la frescura de sus temas, el placer que proporciona a través de las notas y palabras engarzadas con limpieza y concisión; la alegría que desborda su mundo infantil, plagado de cotidianidad, naturaleza, nostalgia y fantasía.

De Cri Cri uno siempre querrá ¡otraaa, otraaa, otraaa!, pieza.

Y el público insiste con los aplausos y palmadas, hasta que el director concertador vuelve, alisa su frac y complace al respetable y los infantes abandonan las butacas de la sala y se trepan al foro, lo invaden, quebrantan la norma: toman fotos y más fotos del recuerdo de este momento musical que uno quisiera interminable, perpetuo, como es la música de Francisco Gabilondo, quien cerró sus ojitos un 14 de diciembre de 1990 y desapareció tras la ventana de su casa texcocana donde uno, con tantita suerte, podía verlo asomando al mundo por siempre. Tanto chamaco quién sabe de dónde salió: con atención escucharon concierto y narración.

¿Qué dice a estas nuevas generaciones del siglo XXI un compositor que habla de castillos, duendes, emperadores de chocolate, princesas de caramelo, bosques encantados, ratoncitos paseadores, peluqueros y soldados de plomo, cochinitos dormilones, vacas pensativas, como “Cleta Dominga”? Cuando la vaca/ va caminando,/ va cabizbaja,/ va cavilando./ Dicen que vaca se escribe con V:/ bah, cada cosa/ la que uno ve.

Mucho seguramente brindan las canciones de Cri Cri: ternura, cariño, capacidad de observación a seres que crecen en un mundo cada vez más vertiginoso, violento, abigarrado, presuroso. Tanto, que salen con cara de alegría, gracias a la magia de la música, la orquesta, loos acordes y todos lo que hicieron posible el espectáculo Cri Cri por siempre.

Un acierto que merece larga temporada.