Decentes

 

Hacen falta gobernantes que aportaron decencia


En un tiempo no lejano hubo gobernadores decentes en México, capaces de caminar entre sus antiguos gobernados concluido su periodo, sin el riesgo de ser ofendidos o apresados. Fue el caso, entre otros, de Óscar Flores (Chihuahua), Milton Castellanos, Jesús Martínez Ross, Emilio Sánchez Piedras, José Guadalupe Cervantes Corona, Víctor Manzanilla y Carlos Loret de Mola.

Conocí a los dos últimos.

Don Víctor, una autoridad en derecho agrario, muy reconocido en la UNAM, autor de libros, padre de Linda, arqueóloga eminente, injustamente defenestrado por negarse a asumir una trapacería electoral, y con el valor suficiente para rechazar una instrucción del más alto nivel para desconocer un triunfo inobjetable del panismo en la alcaldía de Mérida aunque ello le costara el puesto. Hoy, ya muy grande, es respetado y reconocido por todos, a diferencia de sus verdugos, despreciados casi por unanimidad.

Don Carlos fue periodista de fina pluma y amplio prestigio.

Buen gobernador, pero muy castigado presupuestalmente por el centro opresor, enfrentó a Echeverría y los cacicazgos políticos peninsulares que nunca lo dejaron en paz. Aun así legó obra pública y fue apasionado divulgador de la cultura maya. Cautivó a la reina Isabel en Chichén Itzá. El acervo editorial de su gobierno es impresionante, pero difícil de conseguir. Valdría la pena reeditar varias obras que impulsó.

Alejado de apetitos pecuniarios, sus excesos eran comestibles. El frijol con puerco de mi mamá lo perdía, con frecuencia era nuestro invitado, y el menú de comida tradicional en sus giras era sibarítico.

Terminado su mandato regresó a vivir de su trabajo y no legó a sus hijos casas ni excesos. Hoy eso sería impensable. Duartes, Borges y otros lo creerían tonto; sin embargo, hacen falta gobernantes así. Esos que aportaron decencia a funciones públicas ahora pervertidas.

Fueron honestos, lo cual actualmente los haría parecer marcianos.

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