Declaración de guerra

 

Pudiera generarse una guerra entre los distintos cárteles del narcotráfico


Un día nos amanecimos con la noticia de que dos hijos de Joaquín Guzmán Loera habían sido secuestrados y el país entró en una fase de alerta máxima por la posibilidad de que pudiera generarse una guerra entre los distintos cárteles del narcotráfico. De inmediato se activaron los protocolos de seguridad nacional y las instancias policiales todas, además del Ejército y la Marina Armada de México, pusieron en práctica sus instrumentos de operación en emergencias. La realidad es que son tan frágiles nuestros sistemas de reacción y sus alcances ante el tamaño de la criminalidad, que la preocupación fue colectiva.

El viernes pasado se presentó un ataque a un convoy del Ejército Mexicano que dejó un saldo de cinco elementos muertos. La celada fue instrumentada con un alto grado de exactitud, lo que habla de un evento planeado y controlado, encaminado a mostrar un poderío que en lo sucesivo será antagónico de los instrumentos coercitivos del Estado. Para decirlo de otra forma, el Ejército Armada de México fue sorprendido porque nunca pensaron que del otro lado existiera táctica, organización y logística.

No creo que haya sido una casualidad, y eso habla de un acto de declaración de guerra. De acuerdo a los especialistas, el hecho buscaba no tan sólo el rescate del elemento que había sido aprehendido y que requería atención médica, sino mostrar y demostrar que las bandas del narcotráfico han adquirido armamento sofisticado que les permitirá en lo sucesivo antagonizar a las Fuerzas Armadas con un alto grado de efectividad, por lo que seguramente podemos inferir que la lucha será encarnizada y el ocasiones alcanzará tintes de tragedia.

El Triángulo Dorado sigue siendo territorio inexpugnable en pleno Siglo XXI porque hasta ahora el Gobierno ni siquiera ha intentado la construcción de carreteras para abrir la zona y eso sigue facilitando los sembradíos de “maíz chiquito”, como se denomina a la marihuana que se siembra al lado de las plantas de maíz para que no la detecten los miembros de las corporaciones policiales. “Las Quebradas” como los moradores denominan a la abrupta serranía, tiene una floreciente industria de celebraciones hasta donde llegan los vehículos que transportan enormes equipos musicales y escenarios desmontables, pero curiosamente no pueden entrar las fuerzas del orden público.

La celada pone en evidencia la fragilidad de los instrumentos coercitivos del Estado y el incremento y sofisticación tecnológica de las bandas delincuenciales, lo que anticipa que los índices de violencia volverán a niveles insospechados en lo que resta del sexenio de Enrique Peña Nieto. Quien piense o diga que el narco no influye en los procesos electorales, basta con que analicen la circunstancia democrática en esos lugares donde tiene presencia.

Por mucho que nos cueste reconocer la fragilidad de las instituciones coercitivas del Estado, la evidencia palpable son los casos irresolubles de la desaparición física de los normalistas de Ayotzinapa, y las emergencias provocadas por la CNTE y los estudiantes donde han enfrentado al Estado mismo sin que hayamos podido disminuir su presencia y poderío. El monstruo de la impunidad sigue ahí, moviéndose también al igual que el narco, entre lo legal y lo ilegal. Al tiempo.

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