Democracia a la mexicana…

 

La politicracia que se llena la boca y de paso los bolsillos, elogia y aplaude un sistema que al final del camino sólo sirvió para afincar a las agrupaciones que se han convertido en simples negocios


Llegamos al final, casi, de la más absurda, triste y dañina jornada electoral por lo menos de los tiempos modernos.

La politicracia que se llena la boca y de paso los bolsillos, elogia y aplaude un sistema que al final del camino sólo sirvió para afincar a las agrupaciones que se han convertido en simples negocios. Muy redituables, cierto.

Digamos que de Miguel Alemán a la actual contienda comicial, nunca hubo tal encono, tal división entre nuestra sociedad y tanto odio que, inclusive, ha fracturado familias y organizaciones fraternas, antes punto de unión entre mexicanos, hoy centros de discordia.

Lo fácil y muy real, sería culpar de esta división social al candidato puntero que desde hace un par de décadas creó las nuevas clases: pueblo bueno y pueblo malo.

La cuestión es que el resto de los aspirantes, sin programas de gobierno reales que ofrecer al electorado, decidieron entrar al juego sucio de las descalificaciones, los insultos y las difamaciones.

Visto con imparcialidad, ninguno se salva y es igual de “bestia” el que pide sharia’s musulmanas: cortar manos a los rateros cuando él mismo podría objetivamente ser sometido a tal pena, que el deslavado señor que sube y sube sobre los cadáveres de sus oponentes, sus rivales y hasta de sus correligionario; o quien sirvió a Tirios y Troyanos y miró al lado equivocado cuando de robar el erario se trataba. Aunque técnica y burocráticamente encuentren caminitos para eximirlo de responsabilidad.

Calificados con la fraseología de moda, todos son un peligro para Mexico, son los protagonistas de una de las más oscuras páginas de nuestra historia.

¿Que antes hubo asesinatos políticos, el más reciente el de Luis Donaldo Colosio? Cierto, sólo que cuando aún no pasamos a votar, registramos 114 muertos, todos ellos aspirantes o candidatos a cargo de elección popular. No se trata de imputarle todo al narco, ése es el recurso fácil cuando el Estado o el gobierno intenta evadir responsabilidad o sencillamente no quiere trabajar o teme, finalmente, enojar a los criminales.

Admitamos, pues, que en México no hay democracia secuestrada por una banda de politicastros que también se apoderaron de los que pensábamos institutos, clubes o agrupaciones de seres pensantes, teóricos de la filosofía social.

Hoy, desde la cúpula del poder heredan los cargos de gobierno como si fueran, que creo lo son, patrimonio familiar. Y todavía sonríen y reclaman su pedazo de hueso, su cacho de democracia… a la mexicana.