Desbocados

 

Los gobernadores estaban todo el tiempo en la cuerda floja


Hasta la década de los 90 los gobernadores estaban todo el tiempo en la cuerda floja.

Cualquier desliz podía ser causa de su caída. Vivían atentos al menor gesto de desagrado del presidente para intentar reposicionarse en su ánimo. Caso contrario, era muy probable su defenestración, fuera por vía de una licencia “por motivos de salud”, o por desaparición de poderes determinada por la Cámara de Diputados. Hubieron casos célebres por haber cimbrado las estructuras más ocultas del sistema. Carlos Armando Biebrich, de Sonora fue uno de ellos, así como Víctor Manzanilla Schaffer, hombre honorable, y Graciliano Alpuche Pinzón, ambos de Yucatán.

Sin duda, era un exceso sin justificación posible, derivado de las facultades metaconstitucionales de la entonces presidencia imperial.

Un mentís absoluto a cualquier idea de democracia, sujeta a los vaivenes determinados por una sola persona. Sin embargo, a la luz de todo lo que estamos viendo, habrá quienes añoren aquel control, cuestionable en lo político, pero sin duda, benéfico para la economía nacional.

Imposible pensar entonces en virreyes adueñados de vidas y haciendas como los hemos padecido. Simplemente no hubiera sido concebible disponer y malversar hasta el último peso destinado a espacios escolares o adquisición de medicinas.

Las “primeras damas” eran acompañantes más bien sociales, pero no ejercían el poder, por eso no llenaban planas con la frase “merezco la abundancia”.

La alternancia del 2000 produjo el indeseable efecto de esta nueva plaga. Los gobernadores de todos los colores se desbocaron casi sin excepción. Todos los partidos pagan las consecuencias. La ciudadanía está profundamente agraviada y, sin duda, buena parte del abstencionismo encuentra su razón en este desencanto.

Debe recuperarse el equilibrio. Ni un poder central absoluto, ni poderes estatales sin control, cuyos excesos pagamos todos los demás. El costo ha sido muy alto.

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