Desnudos metálicos

 

El cuerpo humano desnudo ha sido desde siempre una fuente de inspiración para el arte


El cuerpo humano desnudo ha sido desde siempre una fuente de inspiración para el arte. Del mármol de la antigua Grecia al óleo sobre tela de grandes pintores en toda la historia, el desnudo, sobre todo el femenino, ha aparecido sin cesar, aunque no siempre con una carga erótica.

En la mayoría de los casos, uno puede asistir a un museo y admirar cuerpos sin ropa sin mayor problema, pues se considera que las obras de arte son sutiles y estéticas, nada que ver con lo pornográfico que se observa, por ejemplo, en algunos videos o fotografías.

Crear arte de desnudos era lo que se proponía Skye Ferrante, un escultor que vive entre Nueva York, Londres y París. Él no sospechaba el giro que en poco tiempo iba a dar su carrera artística.

Para comenzar, contactó a algunas modelos y se puso a trabajar en la técnica que domina: una especie de dibujos con alambre delgado. Sus obras son como si dibujara todo un cuerpo (o a veces una frase) sin despegar el lápiz del papel, con una línea continua, pero esa línea es alambre.

Con esta técnica es capaz de elaborar retratos sugestivos, de un tamaño más bien pequeño que cabe, digamos, en la superficie de una almohada.
Según la historia que dio a conocer el New York Times, una de las modelos de Ferrante era trabajadora sexual de alto nivel (de las llamadas escorts), y le dijo que seguramente a uno de sus adinerados clientes le encantaría adquirir su escultura/retrato. Le propuso al artista que, si convencía al comprador, se irían a mitad con las ganancias. Ella le habló a su cliente sobre el trabajo artístico y este adquirió la pieza por 10 mil dólares.

De esta forma corrió rápidamente la voz, y cada vez más de sus modelos –aquellas que se dedicaban al comercio sexual, que eran unas 75– hacían este tipo de tratos con sus clientes, quienes con frecuencia se mostraban encantados con la idea. Al autor le pareció una excelente forma de correduría de arte, pues se eliminaba la necesidad de un intermediario y las mujeres lograban posicionar sin más problemas cada pieza con el comprador adecuado.

Incluso algunos clientes de estas chicas –además de otras personas que no tenían nada que ver con el negocio– comenzaron a pedirle a Ferrante que les hiciera un retrato. ¿Soy yo o esto tiene mucha similitud con la necesidad del ser humano de preservar su efigie en una obra de arte, tan socorrida desde los griegos hasta la realeza europea? La única diferencia es que, en este caso, las y los retratados no necesariamente ostentan poder político, aunque sí económico (digo, si cada pieza va a costar 
10 mil billetes verdes…).

Si bien los retratos no tienen calidad fotográfica, sí son lo suficientemente precisos para delinear algunos rasgos de quien modela. Por esto cada vez más clientes del trabajo sexual se interesaron en ellos: podían llevarlos a su casa, colgarlos en la pared de la sala y contar con la abierta aprobación de sus esposas sin que ellas llegaran a sospechar nada sobre sus infidelidades.

Es evidente que este ejercicio encierra el morbo de llevar la escultura de un cuerpo que el esposo identifica perfectamente, que le trae recuerdos y que le puede dar incluso una sensación de triunfo mientras ve que su mujer sonríe y le dice “qué bello trabajo”. Yo a esto, honestamente, le llamaría cinismo, pero seguramente habrá quien le llame de otra forma.

Si quiere conocer más sobre el trabajo de Skye Ferrante o si quiere invertir sus dolaritos en una pieza de arte, puede encontrarlo en la red social Instagram con el nombre 
@Manofwire.