Dios presenta a su Hijo

Dios presenta a su Hijo
Dios presenta a su Hijo 

La experiencia de la transfiguración los había renovado por la manera en la que el Padre había confirmado a Jesús en su predicación y en los acontecimientos que estaban por venir.


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Por Roberto O’Farrill Corona

“Dios presenta a su Hijo”

Los apóstoles Pedro, Santiago y Juan fueron privilegiados por el Señor al transfigurarse ante ellos y al hacerlos testigos de una singular teofanía: “Entonces se formó una nube que los cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado, escúchenlo». Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús sólo con ellos” (Mc 9,7-8).

En la tradición escriturística, la nube es símbolo de la presencia de Dios, de una shekinah, o presencia divina, que seguía de cerca al pueblo que marchaba por el desierto, tras su liberación de Egipto, hacia la tierra prometida por Dios: “La gloria de Yahveh descansó sobre el monte Sinaí y la nube lo cubrió por seis días” (Ex 24,16). 

En la Transfiguración, la shekinah, la presencia de Dios, los cubrió con su sombra en una cercanía misteriosa de Dios en la tierra para hablarle a su creatura. Los apóstoles vieron que Moisés y Elías desaparecían en la nube, y entonces se percataron de que no habían considerado de dónde habrían venido, y se alegraron al ver hacia dónde se retiraban. Luego vieron a Jesús y al momento surgió del interior de la nube la voz de Dios.

Esta cercanía es conmovedora por lo extraordinario del suceso, por el celestial acercamiento de Dios a la historia humana para presentar a su Hijo prometido como Redentor, confirmado en Jesús. ¿Qué hacer con tan precioso don? ¿Cómo proceder con la prenda prometida, y al fin recibida? Escucharlo, es lo que pide Dios: es mi Hijo amado, escúchenlo. Desde entonces sabemos qué debemos hacer con Jesús: escucharlo para saber qué hacer también con nosotros mismos al conocer su doctrina en sabias palabras.

El silencio invadió el monte, el resplandor disminuyó en su esplendor, nuevamente silbó el viento y ellos, mirando en su entorno, ya no vieron a nadie más; solamente a Jesús con ellos. Este, que bien podría ser uno de los versículos más bellos del Evangelio nos inspira el anhelo de que a nosotros nos suceda también lo mismo que a los apóstoles: De pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús, sólo con ellos.

La experiencia de la transfiguración los había renovado por la manera en la que el Padre había confirmado a Jesús en su predicación y en los acontecimientos que estaban por venir. En verdad, Jesús era el Mesías, y al verlo transfigurado en su gloria toda posibilidad de duda, en ellos, había sido dispersada.

“Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contaran lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de «resucitar de entre los muertos». Y le preguntaban: «¿Por qué dicen los escribas que Elías debe venir primero?». Él les contestó: «Elías vendrá primero y restablecerá todo; mas, ¿cómo está escrito del Hijo del hombre que sufrirá mucho y que será despreciado? Pues bien, yo les digo: Elías ha venido ya y han hecho con él cuanto han querido, según estaba escrito de él»” (Mc 9,9-13).

Esta es la última ocasión, en el Evangelio de Marcos, en la que Jesús ordenó guardar silencio al pedirles que a nadie contaran lo que habían visto hasta que resucitara de entre los muertos; un silencio comprensible de guardar porque subordinó la Transfiguración a la Resurrección, pues hasta ver a Jesús resucitado lo conocerían de manera plena. 

Ellos cumplieron la indicación del sigilo aunque no comprendieron que habría de resucitar, y bajando del monte se hacían entre ellos esa pregunta y discutían acerca de Elías, que regresaría al mundo para ser el profeta de los últimos tiempos: “He aquí que yo les envío al profeta Elías antes de que llegue el Día de Yahveh, grande y terrible” (Ml 3,23). La profecía se refiere al retorno de Elías previa al retorno de Cristo en su parusía, pero ellos entendían que Elías habría de volver antes de la primera venida del Mesías.

Entonces Jesús les explicó que Elías había vuelto en la fuerza de la predicación de Juan, en la vehemencia de su espíritu, en la semejanza del ministerio de preparar al mundo para la manifestación del Mesías, y les confirmó que, en efecto, Elías vendrá antes que él cuando vuelva en su parusía, en su segunda venida al mundo, con poder, gloria y majestad a celebrar el Juicio Final. Jesús identificó al Elías que ellos esperaban con Juan el Bautista, aun sin decirlo, pues en la actividad del Bautista había tenido lugar la venida de Elías.