Dolor de cabeza al estilo británico

 

Ayer jueves la primera ministra del Reino Unido Theresa May viajó a Bruselas para explorar la posibilidad de que milagrosamente las autoridades de la Unión Europea se avengan a renegociar el acuerdo de salida del Reino Unido del esquema de integración económica y política del viejo continente. Todo lo sucedido desde que en el 2016 […]


Ayer jueves la primera ministra del Reino Unido Theresa May viajó a Bruselas para explorar la posibilidad de que milagrosamente las autoridades de la Unión Europea se avengan a renegociar el acuerdo de salida del Reino Unido del esquema de integración económica y política del viejo continente.

Todo lo sucedido desde que en el 2016 y por un muy escaso margen los electores británicos decidieran en referendum que el mejor destino para el Reino Unido era el de abandonar la Unión Europea ha sido sin lugar a dudas una auténtica pesadilla. Hoy queda claro que quienes en aquella época hicieron campaña por el sí, es decir por la salida de la Unión Europea, incurrieron en muy graves irresponsabilidades.

Dijeron que sería fácil, que sería terso y que abandonar la Unión Europea representaría para los británicos dejar de estar financiando a un moustro burocrático de mil cabezas que poco o ningún beneficio les representaba. Más de dos años después y con la fecha fatal de salida del 29 de marzo acercándose peligrosamente, vemos a una Theresa May ubicada literalmente entre la espada y la pared.

Por un lado el parlamento de Westminster ha dejado muy claro que no aprueba bajo ningún motivo el acuerdo alcanzado por el gobierno conservador de Londres con las autoridades de Bruselas y por el otro tanto la comisión como el consejo europeos han dicho que no están dispuestos ha renegociar ningún acuerdo de salida con Londres.

Hoy más que nunca resulta pertinente comenzar a explorar la posibilidad de celebrar un segundo referendum sobre la salida británica de la Unión Europea en virtud de que a la luz de los acontecimientos resulta incontrovertible afirmar que los electores británicos no estaban suficientemente informados cuando acudieron a las urnas en aquel fatídico 23 de junio del 2016.