“Dones y carismas”

 

Los carismas son dones especiales que el Espíritu distribuye como él quiere


La existencia de dones y carismas en la Iglesia es una realidad que frecuentemente refiere san Pablo en su epistolario, pero de la que ya casi no se habla formalmente. Por ventura, este silencio se rompió el 15 de mayo de este año mediante la Carta Iuvenescit Ecclesia, que trata la relación entre dones jerárquicos y carismáticos, publicada por la Congregación para la Doctrina de la Fe.

El Documento comienza por afirmar que “la Iglesia rejuvenece (Iuvenescit Ecclesia) por el poder del Evangelio y el Espíritu continuamente la renueva, edificándola y guiándola con diversos dones jerárquicos y carismáticos”, pues es fuente de la que “manan los dones de revelación y las gracias de curar, y todos los demás carismas”, y sostiene que en la tarea de la nueva evangelización “es más necesario que nunca reconocer y apreciar los muchos carismas que pueden despertar y alimentar la vida de fe del Pueblo de Dios”.

Durante la presentación de la Carta, el cardenal Marc Ouellet, sostiene que “son los obispos quienes tienen la responsabilidad de discernir la autenticidad de los carismas, de acompañarlos, de animarlos a seguir la misión de las Iglesias locales y de la Iglesia universal; los dones carismáticos deben situarse siempre dentro de la comunión de la Iglesia”.

El Documento explica que “cada carisma no es un don concedido a todos, a diferencia de las gracias fundamentales, como la gracia santificante, o los dones de la fe, la esperanza y la caridad, que son indispensables para cada cristiano.

Los carismas son dones especiales que el Espíritu distribuye como él quiere, enseña que “los carismas son reconocidos como una manifestación de la multiforme gracia de Dios. No son, por lo tanto, simples capacidades humanas”, establece que “los carismas que tienen utilidad común, sean de palabra (palabra de sabiduría, palabra de conocimiento, profecía, palabra de exhortación) o de acción (ejecución de potencias, dones del ministerio, de gobierno) tienen una utilidad personal, porque su servicio al bien común favorece, en aquellos que los poseen, el progreso en la caridad”, y advierte que “el ejercicio de los carismas vistosos (profecías, exorcismos, milagros), por desgracia, puede coexistir con la ausencia de una auténtica relación con el Salvador. Como resultado, tanto Pedro como Pablo insisten en la necesidad de orientar todos los carismas a la caridad”.

La Carta Iuvenescit Ecclesia establece una variedad de carismas entre los que “hay dones excepcionales (de curación, de ejecución de poderes y de variedad de lenguas) y dones ordinarios (enseñanza, servicio y beneficencia)”.

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