Culpables o inocentes

 

Los mexicanos queremos la aplicación estricta de la ley


Los mexicanos estamos frente a una dicotomía de índole política. Y no es que tengamos gusto por los antagonismos o las disyuntivas, simplemente es que algunas veces quedamos impávidos a causa de los posicionamientos políticos de nuestros gobernantes, o frente a las grandes mentiras o grandes verdades con las que pretenden convencernos de algo. Para decirlo de otra forma, el cinismo suele ser un buen instrumento para generar percepciones.

Dicen los tratadistas que una percepción es todo aquello que captamos a través de nuestros sentidos, y los mayores especialistas en generar percepciones son esos hombres y mujeres que dicen y juran que trabajan en nuestro favor, aunque en la mayor parte de las veces después de creerles terminamos decepcionados porque las verdades irrefutables suelen presentarse cuando ellos menos lo esperan.

No sé si Humberto Moreira haya iniciado esta era del desvergonzado cinismo a que nos estamos acostumbrando porque no contamos con instrumentos para castigar a quienes nos roban de forma impune.

Quien piense que porque estuvo unos días encerrado en una cárcel española tuvo un merecido castigo, está equivocado, porque esa estratagema es utilizada en muchas partes para desviar la atención y limpiar prestigios maltrechos.

Si Javier Duarte de Ochoa piensa que los mexicanos creemos a pie juntillas su versión de que solamente cuenta con un capital de dos millones de pesos, dos casas, algunas joyas y varios centenarios que le regalaron los padres de su esposa, tiene un problema, porque no logrará cambiar la percepción de todos los mexicanos en el sentido de que es un pillo que saqueó las arcas públicas de Veracruz para enriquecerse.

Lo primero que debiera explicar es en qué se gastó el dinero de los veracruzanos, porque la desaparición de cientos de millones de pesos la realizó mediante burdos mecanismos que ha cuestionado severamente la Auditoría Superior de la Federación. Poner a la disposición de los mexicanos su pretendida pobreza es otro acto más del cinismo con que se ha conducido en los últimos cinco años.

Esa dicotomía que pretendió construir con “su” versión de la pobreza en que vive, para apartar de la percepción popular el mal uso de más de 20 mil millones de pesos, ha resultado y seguirá resultando un completo fracaso porque nadie le ha creído y nadie le creerá. Javier Duarte de Ochoa tiene que entender que los mexicanos no somos tontos y mucho menos idiotas como para creer su versión de honestidad u honradez. Los mexicanos queremos la aplicación estricta de la ley. Ya basta.

Al tiempo.

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