Eje Central, donde los chilangos se desparraman

El primer cuadro, el centro de Chilangolandia, el ombligo del país hierve de gente
Emiliano Pérez Cruz Publicado el
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Sábado por la media tarde. El Metro Bellas Artes expele más y más paseantes, gente que se dirige a pasear por la Alameda Central, ya con sus bancas atestadas y sin señal de que alguien desee retirarse, si el sol de verano está en su esplendor y los paseantes aprovechan la carpa instalada sobre Ángela Peralta, al costado poniente del Palacio de Bellas Artes, para ver el espectáculo que somos unos para los otros.

También bajo la jacaranda en flor, aledaña a la carpa, la gente se guarece. Los calientes adoquines reblandecen el calzado. Merolicos y su público parecen inmunes a los rayos del sol, y el sábado es día de compras obligado, hay que estirar el presupuesto y atender las necesidades del hogar, las peticiones de los escolares de la familia, la necesidad de lectura; entra y sale la clientela de las librerías típicas de la avenida Juárez, esa a la que Efraín Huerta, el Gran Cocodrilo, dedicó un poema: pues todo parece perdido,/ hermanos, / mientras amargamente,/ triunfalmente/ por la avenida Juarez de la Ciudad/ de México,/ -Perdón, México City-/ las tribus espigadas, la barbarie/ en persona/ los turistas adoradores de Lo que el viento se llevó/ las millonarias neuróticas cien veces divorciadas,/ los gánsters y Miss Texas/ pisotean la belleza, envilecen el arte…/ Y lo dejan a uno tirado a media calle/ con los oídos despedazados/ y una arrugada postal/ de Chapultepec.

Zapaterías, tiendas de ropa infantil, plazas de la tecnología, figones, taquerías, restaurantes, cantinas, el barrio chino, la aún popular calle de López, cafeterías, tiendas de utensilios para la cocina, refacciones para lavadoras y licuadoras en Artículo 123, en Victoria los materiales eléctricos, Independencia y su abandono como metáfora del país… Cada calle una especialidad y de las tiendas de ultramarinos, vinos y licores la clientela sale con lo necesario para la bebedera en la boda, el bautizo, los quince años de la nena.

Desde avenida Hidalgo hasta Salto del Agua el Eje Central Lázaro Cárdenas es centro de convivencia vía el consumo, y en sábado la prisa hizo una pausa para que las ofertas se analicen con detenimiento, el cielo está despejado y de repente una breve brisa irradia un frescor que los paseantes agradecen.

La entrada del Palacio de Bellas Artes se ha vuelto punto de encuentro, de citas citables, de paciente espera. Pareciera que todo mundo se va a cultivar a la ópera, a la temporada de conciertos, a la visita de la obra de los grandes muralistas; pero no: llega la persona anhelada, saludo de besito, venga esa manita y vamos cogiendo camino. Chilangos de todas las condiciones sociales se desparraman por este sector de la urbe en un sábado que amenaza oscurecer hasta las ocho peme.

La esquina de Madero siempre amenaza con el encontrón entre los que van de oriente contra los del poniente, masa enorme que al cambiar el semáforo de rojo a verde lanza a una tribu contra la otra… y nada pasa, los entrecruzamientos se dan sin roce alguno, en santa paz (la Torre Latinoamericana está de testigo); tantos habitantes de la megalópolis conviviendo, ya vienen del Zócalo, de la Alameda, de rancios centros comerciales o de visitar plazas donde han concentrado al comercio ambulante; ya se dieron las tres en las ruinas del Templo Mayor, reposaron bajo los arcos del Ayuntamiento, adquirieron arras y anillos en los portales que llevan a Brasil o 5 de Febrero y enfilan hacia Venustiano Carranza para hacerse de enseres deportivos que mengüen la lonja producto de la vida sedentaria.

Caminar es un placer, sobre todo al atardecer y por centenarias calles donde huele a garnacha y café en el tostador. Por donde los trapos elegantes cuelgan en el aparador y despiertan la codicia de damas y caballeros que las quisieran así de entalladas a ellas, como maniquíes, para esa cena de gala aunque sea en el depto de 40 metros cuadrados.

El primer cuadro, el centro de Chilangolandia, el ombligo del país hierve de gente (un hormiguero no tiene tanto animal, cantó Chava Flores); para como nos pintan la realidad nacional los medios de comunicación, el Centro Histórico es su negación: todo parece placidez en sábado, tarde de verano sin prisa, a no ser que quiera ingresar a los apachurrones en el Metro, sitio a donde parecen haberse mudado las palabras del gran Monsiváis: “En el Centro han coincidido inexorablemente la piedad y la blasfemia, el poder y la falta de poder. Aquí, las situaciones y las personas y las tendencias sociales anochen en realidad y amanecen símbolo, y a la inversa”.

Turistas pachones, Marías con sus tenderetes en el suelo; billeteros de lotería que prueban suerte incitando a la fortuna. Parejitas que se frotan la libido pian pinito, caminando rumbo al hotel de paso; parvadas de adolescentes friquis parloteando sin cesar; ancianos en las bancas de Juárez viendo la vida pasar; una pareja de payasos con rumbo a la fiesta que animarán; y el tráfico sobre este Eje Central en su tramo San Juan de Letrán, que al caer la noche escucha las cortinas de los comercios caer y en sus quicios albergar a los mendicantes sin casa: para qué, si la calle es toda suya…

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