El centralismo federal de AMLO

 

Hasta ahora, los intentos de centralización se dieron el 30 de diciembre de 1836 mediante la promulgación de las siete leyes constitucionales


México es una República federal cuyas funciones operativas se dividen en el Poder Ejecutivo, a cargo del Presidente de la República, el Poder Legislativo integrado por las cámaras de Diputados y de Senadores, y el Poder Judicial encabezado por la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN). Las réplicas del esquema federal se repiten en cada una de las entidades federativas con un gobernador representando al ejecutivo, una Cámara de Diputados local, y un Tribunal Superior de Justicia.

Hasta ahora, los intentos de centralización se dieron el 30 de diciembre de 1836 mediante la promulgación de las siete leyes constitucionales, aunque previamente se había derrocado a la Constitución federal de 1824, para entronizarse en el poder durante once años. Para establecer más claramente el porqué de abordar en este espacio las peculiaridades de un régimen centralista, demostraremos que la particularidad es que el gobierno central tiene el poder de tomar decisiones políticas.

Hasta ahora son pocos los países que mantienen un régimen con estas características, ya que ha estado en declive en este siglo, y solamente ha sobrevivido en Francia, cuya tradición data de muchos años, así como en Portugal y diversos países latinoamericanos. Es esta peculiaridad la que tenemos que analizar detenidamente los mexicanos, es decir, la circunstancia mantenida por algunos regímenes del continente y que han permitido la formación y conformación de gobiernos populistas dictatoriales.

Me parece que ha llegado la hora de llamar a las cosas por su nombre, y la carrera que comienza a liderar Andrés Manuel López Obrador parece correr en el sentido para modificar en la práctica y –por qué no decirlo– en la letra de la ley, si le alcanza para ello, el régimen político que hasta ahora hemos detentado y por el que en el pasado pagamos el caro precio de miles de vidas, como fue la etapa conocida como la Revolución Mexicana, para recuperar la realidad del republicanismo federativo.

El problema es que ese bono democrático que los mexicanos otorgaron al señor López Obrador durante el ejercicio democrático de la elección presidencial, puede significar la entrada de prácticas que, en el pasado, provocaron graves derramamientos de sangre por la disputa del poder. Aunque a muchos no les guste, lo que ocurre en estos momentos puede ser la reedición de esas etapas “obscuras” de la concentración del poder.

El principal indicativo es la determinación de centralizar, en un solo delegado, los recursos del Gobierno Federal, con lo que seguramente se convertirán en los salvadores de las clases desprotegidas y, por consecuencia, en los principales manipuladores para consolidar el poder hegemónico de Andrés Manuel López Obrador en cada uno de los estados.

Lo siguiente será la manipulación de los congresos locales, y un abyecto Congreso federal que otorgará facultades ilimitadas al presidente de la República en todas las decisiones. Así de simple, el eventual destino centralista de los mexicanos. Al tiempo.