El debate

 

La obstinación por remarcar que las cosas van bien cuando la gente en las calles dice lo contrario


Ayer se dio uno de los eventos más inesperados por la naturaleza de los participantes: Ricardo Anaya, Enrique Ochoa y Alejandra Barrales. Como siempre que observa la posibilidad de quedar en ridículo, don Andrés Manuel López Obrador no acudió a la cita. Y no es que tuviera miedo de confrontar a sus adversarios políticos, simplemente es que o no se le dio la gana, o midió el escenario de confrontación y decidió alejarse para evitar otro descalabro y colocar un eslabón más a la cadena negativa que ha tenido en los últimos meses.

Sin lugar a dudas, Enrique Ochoa no cuenta con argumentos suficientes como para impulsar una defensa pública del Presidente de la República, pero también hay que decir que el propio Mandatario no tiene o no da motivos como para intentarlo siquiera. El discurso y los argumentos del dirigente tricolor sonaron a viejos, a excusas. Bien dicen por ahí que “explicación no pedida culpabilidad manifiesta”, y la intentona reiterada de exculpar al señor Peña Nieto le resultó desafortunada.

Por lo que corresponde a la señora Barrales, sus alocuciones giraron en torno a la pulcritud de los gobiernos perredistas y a la decisión de erradicar las prácticas tricolores del Gobierno Federal como si los prohombres y promujeres del sol azteca fueran prístinos y transparentes. La estratagema de la renuncia al fuero no fue más que un acto publicitario, porque hasta ahora no se ha presentado la iniciativa correspondiente.

La realidad para el señor Ochoa es que independientemente de su carencia de argumentos y de las presuntas evidencias que mostró al público, le hace falta ese plus de saber comunicar eficientemente para que la gente que lo ve y lo escucha le crea. La afirmación de la señora Barrales en el sentido de que “no ser priista hoy es una virtud” resultó irrebatible para el señor Ochoa, quien prefirió dejarla pasar para evitar mayores desaguisados.

La frescura de Ricardo Anaya resultó muy pesada para la loza que carga el líder tricolor por los actos de corrupción de sus correligionarios. Inseguridad, economía, desaparecidos y carencia de oportunidades fueron temas muy escabrosos para el líder tricolor, pero quizá el mayor escollo fue que nunca pudo quitarse de encima ese pasado reciente que los sigue llevando en picada. La obstinación por remarcar que las cosas van bien cuando la gente en las calles dice lo contrario, lo ha hecho retrasar esa catarsis tan necesaria para partir de cero y avanzar. La frescura triunfó frente a la obsolescencia. Así de simple.