El demócrata autoritario

 

México necesita con urgencia una izquierda democrática y progresista


Bien dicen los que saben que cuando se habla mal del pasado es porque la herida no termina de sanar. Y creo que eso le está pasando a Jesús Ortega Martínez y a muchos de los principales hombres y mujeres del Partido de la Revolución Democrática. Y no es que la catarsis se haya tardado, simplemente es que no terminan de acomodar y de armar los despojos y el galimatías de partido que les dejó Andrés Manuel López Obrador.

Tarde están entendiendo el error que cometieron al someterse a sus designios, y me parece que difícilmente lograrán restañar las heridas.

Aun cuando dice reconocer los diversos fallos cometidos por ceder las estructuras y colocarlas al servicio del tabasqueño, asegura que tampoco es la catástrofe, porque han crecido las corrientes y se ha equilibrado la correlación de fuerzas.

El problema es que no quieran aceptar que el tabasqueño les dejó un partido empequeñecido y sin fondos, pero lo peor de todo, es que ahora solamente cuentan con unos pocos de esos liderazgos que tradicionalmente fortalecían la militancia del partido por los grupos que controlaban.

La otrora izquierda es ahora un esqueleto y un membrete que cada día disminuye más, y lo mejor que pudiera pasarles es aprovechar la circunstancia de que tanto panistas como tricolores pelean ahora por la militancia de la derecha y la extrema derecha, lo que se ha visto reflejado en sus programas de gobierno y en la coincidencia que han tenido en los últimos años para que muchos actores políticos brinquen de un lado a otro en los esquemas de operación gubernamental.

México necesita con urgencia una izquierda democrática y progresista que genere esquemas organizativos piramidales y refuerce los liderazgos locales para evitar que sigan siendo avasallados o absorbidos por la tónica populista utilizada por el “mesías tropical”, y que genera una representación política y social cargada de odio contra el orden establecido y cuya principal aspiración es el reacomodo de las clases sociales, y que los principales liderazgos puedan invertir la pirámide económica para situarse a la cabeza no tan solo de las decisiones políticas, sino también de las económicas.

En este país ya vivimos un proceso similar durante la etapa conocida como “La Revolución Mexicana”, movimiento armado que hizo surgir el encumbramiento de una nueva clase económica y un gobierno cuyas bases fueron el caudillaje y el pillaje, con una base popular de pobreza, una clase media que se fue empobreciendo, y una empresarial que suplió a los sectores pudientes y que ahora es dueña de la mayor parte de los bienes de este país. Es decir, quitamos a unos para colocar a otros.

Y eso es exactamente la parte central que enarbola quien por ahora lleva la delantera en las preferencias electorales y que aspira a alzarse con el poder el año venidero. El peligro es que esto pudiera terminar el camino de la democracia mexicana, pero sobre todo, la diversificación de los sectores productivos para mantenerlos cautivos en proyectos regidos por la estructura gubernamental y gobernados por quienes ahora manejan las finanzas del autodenominado prócer de la democracia. Al tiempo.

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