El Divino Rostro

“Una mujer del pueblo, Verónica de nombre, limpió piadosamente el rostro de Jesús, como respuesta de gratitud, le dejó grabada en él su santa Faz”
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Roberto O’Farrill Corona

En la sexta estación del Vía Crucis se medita en que “una mujer del pueblo, Verónica de nombre, se abrió paso entre la muchedumbre llevando un lienzo con el que limpió piadosamente el rostro de Jesús. El Señor, como respuesta de gratitud, le dejó grabada en él su santa Faz”.

Jesús caminaba tambaleante hacia su crucifixión, seguido de una muchedumbre que había viajado hasta Jerusalén para los festejos de Pascua. Para ellos, la ejecución de Jesús fue un espectáculo y muchos se volvieron en su contra desahogando sus resentimientos con insultos y arrojándole objetos, pero una mujer, de nombre Serafia o Berenike le llevó alivio, consuelo, una caricia en forma de fina tela que secó la sangre que le invadía los ojos y le empapaba el rostro.

Este velo se encuentra en la iglesia del Santo Rostro en la ciudad italiana de Manopello luego de estar en Roma hasta el siglo XVI cuando fue robado durante el ataque y saqueo perpetrado por el emperador Carlos V. Luego de pasar por diversas manos, el velo llegó al convento de los frailes franciscanos capuchinos de la pequeña ciudad de Manopello, en la región de Abruzo, donde quedó guardado y olvidado durante 500 años.

El velo, de 24 por 17 centímetros, de tejido byssus, es de color oro y miel, y se elaboró con fibras del molusco Pinna nobilis, el más fino y costoso de su tiempo.

Es traslúcido y la impronta se puede apreciar por ambos lados, pues se conserva entre dos cristales enmarcados en un fino relicario de plata.

Durante su visita a Manopello, para venerar este sagrado velo el 1 de septiembre de 2006, el papa Benedicto XVI aseguró que “en este lugar podemos meditar en el misterio del amor divino contemplando el icono de la Santa Faz”.

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