El eslabón perdido

 

Trump no representa ningún tipo de nuevo orden


El mundo sigue estupefacto. Jamás quisimos pensar que un simple especulador inmobiliario neoyorquino llegaría a resumir en sí mismo una revolución económica que le cambiara los perfiles a una crisis persistente y continuada desde el año 2008. Una crisis que no sólo fue provocada por Estados Unidos, sino que también está auspiciada y fundamentada por el orden económico del país y del mundo que él quiere definir, y que como vimos en Davos oscila entre la sorpresa y la falta de alternativas.

El mundo ha tomado buena nota de que es posible desencadenar una crisis así y no pagarla, porque de eso se encargan los pueblos. Y los pueblos han tomado buena nota de que necesitan hacer una rebelión contra sus establishments, porque en el fondo los sistemas basados en el antiguo orden ya no tienen salida.

En ese sentido, Trump no representa ningún tipo de nuevo orden, porque él es una expresión de algo que muchos sabemos pero que pocos se atreven a decir: el sistema como tal, se terminó.

Trump con la reforma fiscal, con todas sus incongruencias, sus groserías y sus provocaciones, está apuntándose en la labor que en el fondo hizo Barack Obama, salvo que a Obama se le olvidó –tal vez porque el color de su piel era no sólo una cuestión pendiente en la que los supremacistas y los trumpistas ajustaron cuentas con la historia, sino además le limitaba– que era imposible salir del atorón moral sin castigar a los culpables de la crisis económica de 2008.

No lo hizo, pagó la crisis con los impuestos de todos y la historia ahora se quiere reacomodar, no sólo en las lecciones aprendidas de que la desigualdad social es la revolución más segura, sino sobre el hecho de que el futuro ya consiste en no respetar el orden que efectivamente está liquidado, y además en ir probando un rato con la especulación pura y dura.

Frente a eso los grandes empresarios y dirigentes no tienen respuesta. No hay programas económicos que puedan competir con lo que significa una rebaja sustancial de los impuestos y volver a abrazar a la Escuela de Chicago y a Margaret Thatcher en un proyecto coronado por la insensibilidad política, el desconocimiento histórico y la irresponsabilidad económica.

Y no es que Trump esté triunfando, más bien está evidenciando que todo lo que una vez no se corrigió a tiempo aunado a la inexistencia de un modelo alternativo de desarrollo económico y a la cuenta pendiente de la gran estafa social de la crisis de 2008, lo llevaron hasta la silla de la presidencia estadounidense.

Y él en vez de seguir con el juego de mantener los estatus, se está dedicando a implosionar un sistema, que aunque no sabe por qué y sin tener ninguna alternativa, sencillamente ya está muerto.