El fondo de la Reforma Educativa

 

El proyecto de Reforma Educativa busca hacer de la educación “un mecanismo para adaptar a las nuevas generaciones a una sociedad capitalista, tecnificada y alienante”


El proyecto de Reforma Educativa promovido por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el Banco Mundial e incluso por la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) busca hacer de la educación “un mecanismo para adaptar a las nuevas generaciones a una sociedad capitalista, tecnificada y alienante”.

Esto me decía hace más de dos años el maestro de toda la vida, experto en temas educativos, Manuel Pérez Rocha, cuando hablábamos de la “sociedad del conocimiento”, cuya sola mención insufla un aire doctoral y convencido de muchos teóricos, académicos e investigadores del mundo.

Hay más bien “una sociedad de la ignorancia”, me explicaba Pérez Rocha, uno de los pioneros del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH), allá por la década de los 70, que innovó forma y fondo de la enseñanza, al privilegiar la investigación de los alumnos, dejando atrás la memorización, la instrucción vertical y autoritaria de maestros que exigían fidelidad a una verdad única y dictada por ellos a un alumno objeto. Eso promovía la UNAM del doctor Pablo González Casanova, mientras el secretario de Educación Pública de la época, egresado del Politécnico y del Tec de Monterrey, privilegiaba las salidas laterales en carreras técnicas para ofrecer mano de obra pronta a las empresas. “Era un proyecto, más que educativo, ideológico”, tal como es hoy la Reforma Educativa.

Se ha fabricado una patraña con la sociedad del conocimiento y con las reformas a la educación, cuando lo que se vive en nuestro país es “una sociedad de creciente ignorancia sobre cuestiones fundamentales” para la vida y el desarrollo social. La reforma y sus contenidos están promovidos por el capital, ni siquiera el de la riqueza tradicional industrial o agropecuaria que impulsó durante años la producción de bienes y servicios, sino el capital más salvaje, el financiero, “netamente especulativo y avasallador”.

Pérez Rocha me puso el ejemplo de un área a desarrollar que, con disfraz de valores universales y humanísticos, se denomina “Desarrollo de las habilidades socioemocionales”. Se trata, en ese modelo educativo, que los alumnos aprendan a controlar las emociones. Es una exigencia de muchos de los empresarios: que si los trabajadores no desarrollan la capacidad de controlar sus emociones, sus protestas, entonces la escuela tiene que enseñarles ese control. “No se trata de desarrollar emociones en los niños, sino que controlen, por ejemplo, la ira contra evidentes injusticias”.

La escuela puede cubrir un papel domesticador muy eficaz. “Lo que predomina es la pedagogía de la respuesta y no la pedagogía de la pregunta. Se enseña a los alumnos a responder al reactivo (así lo llaman) del modo que lo programa el sistema; la pregunta ya ni siquiera la hacen los profesores, sino la OCDE”.

Las nuevas tecnologías, específicamente el teléfono móvil, han servido para acercar a los lejanos y para alejar a los más próximos, como puede constatarse en cualquier mesa familiar de un restaurante: todos, adultos, jóvenes y niños, absortos en su celular. Como antes la TV, hoy los aparatos móviles banalizan la vida, impiden que leas, que tomes un respiro de silencio, reflexión, de soledad informada, de ideas compartidas. Además de tecnología, se requieren cultura, valores éticos, decisiones de vida en un mundo de frivolidad como el que vivimos. Eso tendría que ofrecerlo la escuela, pero se quiere que sea un instrumento más del poder.