El general

 

El presidente Peña requiere dejar de considerar sólo las opiniones de su círculo cercano


Si la mar está picada debe buscarse la luz salvadora de un faro. El presidente Peña requiere dejar de considerar sólo las opiniones de su círculo cercano y abrevar en la historia para encontrar paralelismos a los problemas actuales y cómo fueron resueltos en su momento. En ese sentido, el general Lázaro Cárdenas es un referente exacto. Sus Memorias son una lección, no nada más de disciplina de escritor, sino un manual imprescindible de política pública y patriotismo.

Cárdenas asume el poder muy joven, y lo hace rodeado de un aparato dominante feroz, liderado por un Jefe Máximo dispuesto a seguir mandando. Decide entonces poner al país por encima de cualquier otra cosa. Ni amigos, ni jefes, ni interés alguno distinto al de México marcarían el rumbo del Gobierno.

Entiende la necesidad de modernizarlo y dejar atrás las pugnas posrevolucionarias y, sobre todo, terminar con los caudillos, con la firme decisión de no ser uno de ellos.

Se rodea de los mejores, Mujica, Silva Herzog, Castellano, y se acerca a obreros y campesinos con la intención real de sacarlos adelante, de remontar sus terribles condiciones de pobreza y marginación, y logra mover sus sentimientos sociales más profundos convirtiéndolos en aliados incondicionales del régimen.

Termina el reinado de líderes corruptos y pone en orden a gobernadores, verdaderos señores de horca y cuchillo, dueños absolutos de su territorio, casi como hoy lo vemos. Así terminan Morones, Cedillo, Garrido, y el propio Calles. La expropiación petrolera es un poema épico de dignidad, soberanía y patriotismo. Los intereses norteamericanos de entonces, ante los cuales Trump es un aprendiz, se doblan y piden clemencia nunca concedida. El pueblo no saquea, sino que apoya como puede para pagar las indemnizaciones. Lo dicho, el espejo de Cárdenas es necesario. Hay demasiados paralelismos.